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De Santa Esther a Ayotzinapa

En dos minutos, el equipo cercano del gobernador Aristóteles Sandoval, desplegó el tradicional rito empleado en las inauguraciones. Se colocaron los funcionarios de rigor y frente al staff de comunicación interna del mandatario, procedieron a la ceremonia del corte de listón para después dar paso a la apertura del paso elevado de Santa Esther.

Eran poco después de las 20 horas del viernes cuatro de septiembre y acompañaron a Aristóteles el secretario de Movilidad, Servando Sepúlveda Enríquez y el secretario de Infraestructura y Obra Pública, Roberto Dávalos López.

Vinieron las fotografías acostumbradas, aplausos, sonrisas y posteriormente la comitiva se hizo a un lado mientras el personal responsable de la obra retiraba las barreras naranjas para permitir el tránsito.

Los primeros automovilistas sorprendidos estrenaron el paso elevado y saludaron al gobernador que permaneció en la orilla devolviendo las palabras de afecto.

Previo a la apertura, el mandatario estatal rechazó realizar la acostumbrada ceremonia: convocar a los medios de comunicación, los discursos y el boato que suele acompañar a las inauguraciones de obras.

Si está listo, “vamos abriéndolo de una vez”, habría comentado el gobernador.

Así, en un gesto de sensibilidad que se reconoce y agradece, Aristóteles Sandoval puso en funcionamiento el paso elevado y terminó con el calvario que miles de automovilistas padecieron durante meses…

Dos días después, el domingo seis de septiembre, un grupo internacional de expertos a instancias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que revisaban el caso de Ayotzinapa, destruyeron la “verdad histórica” que la PGR había construido para explicar la desaparición y muerte de 43 normalistas.

Contrario a lo ocurrido en otras ocasiones, el presidente Enrique Peña Nieto admitió las recomendaciones del organismo de derechos humanos y prometió un nuevo peritaje sobre el caso Ayotzinapa.

Con este signo de sensibilidad ante la que es la peor muesca dolorosa de su administración, Peña Nieto inaugura de alguna forma la segunda mitad de su gobierno.

Aunque son hechos distintos, distantes y de colosales diferencias en tamaño y trascendencia, son gestos que envían señales de un ánimo renovado para lo que resta de sus administraciones.

En el caso del gobernador de Jalisco, si optó por abrir un paso elevado de más de 100 millones de pesos comprendiendo la importancia de poner en servicio la obra más allá del lucimiento, la pregunta es si existirá la misma disposición para abrir espinosos expedientes de su administración.

Aunque no sea en dos minutos, ¿Aristóteles estaría dispuesto a revisar punto por punto el polémico proyecto de Chalacatepec? ¿Permitiría la creación de un equipo multidisciplinario independiente que revisara los aspectos legales, ambientales y agrarios del también bautizado “Nuevo Cancún”?

En esta nueva etapa, ¿estaría dispuesto a exigir al gobierno federal toda la información técnica y el proyecto completo de la presa El Zapotillo? ¿podría demandar que se revelen las implicaciones del acueducto a León, Guanajuato?

Y ya entrados en gastos, ¿podríamos conocer en qué concluyó el malogrado proyecto de la presa de Arcediano? ¿Cuánto dinero se perdió en los estudios?

Podría, en fin, explicarse ¿qué pasó con los evidentes abusos cometidos en el sexenio de Emilio González Márquez? ¿Por qué no hay responsables sujetos a procesos?

Como ya le sucedió a Enrique Peña Nieto con el caso de los supuestos normalistas calcinados en Ayotzinapa, los gobernantes tendrían que tener en cuenta, que en una administración que pierde credibilidad, basta una chispa de duda para convertirse en una hoguera.

• Paralelo Veinte

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