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México, un campo minado

Por Pedro Martínez Rubio

Le llaman “La Bestia”, es un gigante de acero que recorre México y al cual indocumentados centroamericanos y sudamericanos ven como el mejor vehículo de transporte rumbo a Estados Unidos. Es el ferrocarril que con su ruido infernal rasga las noches de terror de los viajeros. No es humano, por eso no tiene sentimientos.

A bordo del tren acecha el primer peligro: pandilleros de la “Mara Salvatrucha” persiguen, atacan, extorsionan, violan y matan a los indocumentados; luego vendrán los zetas, que poco a poco sustituyen a los maras a lo largo de la ruta; siguen los polleros que también hostigan, extorsionan y maltratan a los desesperados extranjeros; por último llegarán los agentes de migración que golpean, encarcelan y a veces también explotan a los inmigrantes.

Aunque las cuatro amenazas son humanas, tampoco tienen sentimientos.

La multitudinaria ejecución ocurrida en San Fernando Tamaulipas donde 72 indocumentados fueron ejecutados por los zetas, puso el descubierto a nivel internacional un infierno que en México ya se sabía pero del que poco se habla.

De hecho, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) elaboró un reporte especial en sobre el secuestro de migrantes en el país y encontró un panorama desolador.

Según el documento, fueron secuestrados en el lapso de seis meses 9,758 personas, es decir, más de 1,600 secuestrados por mes, lo que representarían más de 18 mil secuestros por año.

De acuerdo con la información obtenida, el monto de rescate que se pide a las víctimas va, en general, de 1,500 a 5,000 dólares. El promedio de los montos exigidos a las víctimas identificadas en esta investigación es de 2,500 dólares por persona. Así, de los 9,758 casos de víctimas identificadas, los secuestradores habrían obtenido un beneficio ilícito de aproximadamente 25 millones de dólares.

En cuanto a la nacionalidad de los agraviados, sólo fue posible precisar la nacionalidad de 552 víctimas: 372 de Honduras; 101, de El Salvador; 74 de Guatemala; y 5, de Nicaragua. De 609 personas únicamente se pudo establecer que eran originarios de Centroamérica. Se tienen datos de que además de los países mencionados hubo también personas secuestradas de Ecuador, Brasil, Chile, Costa Rica y Perú.

Los testimonios de los migrantes coinciden en que sus captores ejercían violencia sobre ellos para someterlos. Entre otras agresiones, los amarraban de pies y brazos, los amordazaban, les tapaban los ojos, los drogaban o los quemaban en alguna parte del cuerpo. 37 migrantes relataron expresamente haberse percatado de manera directa de cómo los secuestradores violaron a mujeres, así como que hirieron y hasta mataron a otros secuestrados, tanto con armas de fuego como a golpes.

De acuerdo con estos testimonios, las amenazas recurrentes eran las de violar a las mujeres, venderlos a los zetas o “deportarlos”.

Por otra parte, en el 80% de los casos se hizo referencia a que no les daban de comer o comían una vez al día; en muchos casos la comida estaba en mal estado o consistía únicamente en pan o tortillas duras. Muchos testimonios coinciden en que dormían en el piso y otros en que fueron obligados a desnudarse y a permanecer así durante el cautiverio.

México como país de origen, tránsito, destino y retorno de migrantes concentra una de las fronteras con mayor afluencia migratoria en el mundo. Cada año, de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Población, alrededor de 550 mil mexicanos emigran a Estados Unidos. Asimismo, en los últimos 3 años el Instituto Nacional de Migración aseguró un promedio anual de 140 mil migrantes sin documentos, en su mayoría de países de Centroamérica y en su mayor parte, también, con la intención de llegar a Estados Unidos.

El estudio de la CNDH concluye que es un problema complejo porque según testimonios de los secuestrados, la mayoría de los delitos sucedieron con la complicidad de policías o personal de migración.

Ruta del secuestro

La ruta del secuestro se traza con zeta. Antaño controlada por las temibles maras, la línea del ferrocarril, la Bestia, como le llaman los migrantes, es hoy territorio de “los de la letra”, azote de todo indocumentado que cruza México en pos del sueño americano. Desde que entra a Tenosique o al Suchiate, el migrante sabe que si se topa con el grupo que germinó la deserción del Ejército Mexicano, más le valdría estar muerto.
Los 3 mil kilómetros de intrincados caminos sembrados de durmientes por donde la Bestia corre a 100 kilómetros por hora de la costa al desierto llevan a terruños donde, a cualquier hora día, en zonas rurales o urbanas, con o sin policía, son secuestrados hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y nicaragüenses.

«Fue una carnicería»

Testimonio de un salvadoreño secuestrado en Veracruz:

“Todos los días nos amenazaban, nos decían que nos iban a quemar o a cortar un brazo; afilaban un hacha delante de nosotros y nos la pasaban cerca de un brazo o de la pierna. También nos ponían pistolas. A todos nos daba mucho miedo, pero a pesar de eso, yo creí que no se atreverían a matarnos, hasta que un día pararon de su lugar a un muchacho y le dijeron que ya tenía más de dos meses ahí, que ni el gobierno mantenía a los pendejos como él y que si no pagaba no saldría vivo.
“Luego uno de lo secuestradores se puso una bata para cocinar, afiló el cuchillo y les dijo a los otros que se lo detuvieran. Lo agarraron de los brazos y las piernas y le dio un machetazo en el brazo; lo corto de uno solo. Luego le cortó una pierna. El muchacho gritaba y lloraba mucho, igual que nosotros que vimos como lo hacían pedazos. Luego le cortó el otro brazo y la otra pierna, pero ya para entonces el muchacho se había muerto de dolor. Entonces fue cuando dio la orden de que trajeran una bolsa de basura y ahí echó los brazos y las piernas del muchacho.
“El carnicero se paró y nos dijo que quién seguía, que eso le pasaba a quien no daba los teléfonos y que nos pasaría lo mismo a nosotros. Luego le cortó la cabeza. Vimos que pusieron el cuerpo en una bolsa de basura que echaron a un bote y le prendieron fuego. Ahí supe que eran de sangre fría y que harían lo que sea para que les diéramos los teléfonos. Después de que vimos eso, muchos migrantes dieron los teléfonos”.

El diablo

“Ver a Los Zetas es como si se te apareciera el diablo. Yo me les escapé, dice José, un campesino guatemalteco. Éramos 11 los que salimos de Chiquimula. En Tapachula agarramos el tren, paró en Tenosique; los garroteros nos bajaron y luego nos llegaron Los Zetas. Yo me rodé bajo una vereda y corrí al trecho de la selva. Alcancé a ver cómo los subían a las camionetas. ¡Sabrá Dios lo que fue de ellos! Pero todavía me falta camino, a ver si no me agarran porque la mera verdad no tengo quién responda. Quiera Dios que llegue a Nueva York”.
“Yo no me salvé. Los dos primeros días me tablearon y me aguanté, pero al tercero querían marcarme la cara con un fierro, como marcamos las bestias allá en el pueblo (Verapaz, Guatemala) y ai’ sí me doblé. Me lo acercaban a la cara: era una zeta humeante. Ya cuando sentí lo caliente casi quemándome el cuero de la cara di el teléfono de mi tía. La familia pidió prestados los 2 mil dólares y pagó el rescate. A los tres días cumplieron, me dejaron libre. Ahora tengo que seguir, para pagar lo que se debe”, cuenta Marcos Miranda, soldador.

• Paralelo 20

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