Para mis amigos Rubén, Venecia, Estrella y Andrés
El fenómeno migratorio que ocurre en la clase política de Jalisco merece menos escándalo y más reflexión.
Pasar de un partido a otro proyecto político no tiene por qué ser motivo de alboroto cuando el caso específico resulta de un acto de congruencia, de un asunto de coherencia.
Para ello me sirve como ejemplo citar la reciente renuncia de dos priistas: Venecia Castañeda y Rubén Vázquez. Ambos son reconocidos no sólo por su incansable labor como agentes promotores de las causas del otrora partidazo a lo largo y ancho de la entidad, sino porque además nadie puede cuestionarles su lealtad al valor de la honestidad.
Señalados por haber sido críticos del proceder del PRI y de quienes se valieron de él para enriquecerse, sí; pero de que alguien pueda acusarlos de corruptos, no.
Debido a lo anterior es que su salida del Revolucionario Institucional ya se antojaba no sólo necesaria, sino tardía. De los dos, únicamente puede decirse que lejos de traicionar a su ex partido, lo que hicieron fue alejarse de una camarilla que lleva años brindando protección y cobijo a personajes –hombres y mujeres- que se abrazaron con ansiedad a los placeres que provocan el poder, el dinero y el sexo.
La historia es conocida, Venecia y Rubén se sumaron al proyecto de nación que abandera Andrés Manuel López Obrador y que en Jalisco encabeza Carlos Lomelí Bolaños, sin que esto sugiera que busquen militar en Morena.
Esta referencia nos obliga a hacer un alto en el camino y considerar que es mucho más digno hacer valer los principios sin partido, que estar en un partido sin principios.
Ahora bien, bajo ninguna circunstancia pretendo afirmar que el tricolor carece de una base doctrinaria social importante; sin embargo, lo que nadie puede negar, es que dichos lineamientos fueron ignorados por pandillas incrustadas en el poder público con el firme propósito de llenar sus bolsillos de dinero y su boca de mentiras.
Desde mi perspectiva, creo que cada deserción merece un trato diferenciado. Y es que no se puede medir con la misma regla a quien transita por la vida pública de forma íntegra con respecto a quien lo hace caminando de puntitas y a escondidas.
Cuando hablamos de principios en la arena política, hay que hacerlo desde su concepto más amplio; es decir, a partir de los ideales que nacen y se alinean a las más profundas convicciones personales.
Enfrentar la denostación no es un asunto menor en la era de las redes sociales, que permiten hacer del anonimato electrónico una de las prácticas más comunes y cobardes de nuestro tiempo.
Por eso festejo que además de lo anterior, en medio del enorme desprestigio que padece el ejercicio de la política en el mundo, todavía haya quienes se atrevan a hacer pública su simpatía y adhesión a una propuesta de gobierno sin la necesidad de incorporarse a otro partido con el ánimo de encontrar chamba, sino para ponerse a chambear.
Aprendí de mi padre que en todos los ámbitos de la vida, la dignidad consiste en poder mirar a los ojos a quien sea, porque no hay nada de qué avergonzarse cuando se ha defendido el honor con gallardía, pero sobre todo, con coraje.