“No harás una máquina a semejanza de la mente humana” – Frase de la saga de Dune, por Frank Herbert.

Por Manuel Sepúlveda
En días recientes, una tendencia más se ha popularizado alrededor del mundo, una que, como muchas otras, conlleva un acto en sumo sencillo. Uno entra al sitio web de Chat GPT (una de las más famosas IA abiertas al público), sube una foto o imagen cualquiera y le solicita a la IA que la convierta en un dibujo al estilo “Studio Ghibli”.
Este estudio es uno de los más famosos y reconocidos en la historia de la animación: Co-creado por el dibujante y animador japonés Hayao Miyazaki, Ghibli se ha distinguido a través de los años por tener un estilo de animación único y por contar historias fantásticas con mucha carga emocional. Desde que “Mi vecino Totoro” fue distribuida por primera vez fuera de Japón, el estilo de Ghibli (y por extensión de Miyazaki) se propulsaron a la fama y se colocaron a la vanguardia del mundo de la animación tradicional. En el pasado, Miyazaki expresó un profundo disgusto por la animación e imágenes generadas por IA, llamándolas “un insulto a la vida misma” y la cuestión es que resulta difícil reprocharle esta declaración, puesto que ha invertido incontables horas de su vida a perfeccionar sus historias y su arte.
Nos encontramos en una época maravillosa en donde la tecnología avanza a pasos agigantados y nos permite crear y jugar de maneras que antes no hubiéramos imaginado, pero a su vez, muchos creadores y artistas han expresado su disgusto ante tales tendencias, puesto que una IA no “crea”, sino transforma todo aquello que le pidamos. Es este espectro gris en el que la conversación de la IA seguirá su camino, al menos durante estos primeros años que podríamos definir como su infancia.
Debates similares ocurrieron en el pasado, de manera más notoria durante la revolución industrial, allá por el siglo XIX. Hoy en día, estamos en medio de otra revolución, una que es digital y una en la que el humano tendrá que volver a plantearse su utilidad y eficacia. Pero, dejando de lado las cuestiones laborales, es el lado del arte que preocupa a muchos. Una máquina no sufre de bloqueos creativos, no gasta en materiales para pintura o dibujo, jamás demora en entregar un trabajo y, por ahora, cobra el mínimo o no lo hace en absoluto. En esa parte, la IA, así como toda máquina, prioriza la eficacia de un proceso. Si bien, la IA también presenta errores en el “arte” que genera, pronto se perfeccionará y dejará atrás esas fallas. Sin embargo, aún quedan algunas preguntas latentes y muy importantes, como: ¿Puede la IA crear? ¿Puede una IA tener una idea original? Y más importante aún, ¿el ser humano sigue siendo capaz de crear algo original? Son este tipo de preguntas las que tendremos que plantear y pensar de manera profunda, tal vez como nunca lo hemos hecho.
El arte es algo que definimos de manera subjetiva, pero, a su vez, sigue cánones y reglas que han perdurado por siglos. De ser posible, ¿Cómo incorporaremos la IA en el arte y en sus cánones? ¿Estaremos dispuestos a aceptar este tipo de cambios? ¿Delegaremos el arte también a las máquinas para centrarnos en nuestra creciente necesidad laboral y económica? La IA, a final de cuentas, debe ser una herramienta para el artista y su estilo, así como lo son inventos como la PC y las tabletas de dibujo digital, herramientas que hacen de su trabajo algo mucho más sencillo y eficaz, pero que deben aprender a usarse adecuadamente.
“No harás una máquina a semejanza de la mente humana”, pero si una máquina que imite todo aquello que consideramos humano, incluso el sagrado arte.