Cinco años después del despojo, la historia sigue en Tenacatita. Aquí una crónica de la noche negra que sufrieron los vecinos del Rebalsito.
El Rebalsito, municipio de La Huerta.- Un día después de su fiesta de quince años, a Socorro Amador se la “robó” Sabino. No se la llevó lejos, apenas a unos cuantos metros, a la Playa de Tenacatita donde por 37 años vivió feliz y ya no regresó al pueblo.
Ahí nacieron sus hijos y al amparo de su restaurante, soportó marejadas, huracanes y dos intentos de arrebatarle su finca. Pero la madrugada del cuatro de agosto pasado con la presión de decenas de policías estatales, fue obligada a regresar a El Rebalsito.
Mientras llegaba al sitio al que no volvía desde sus “quince”, en la playa negocio y casa eran demolidas con maquinaria pesada. El impacto fue tal, que la mujer sufrió un infarto y desde entonces convalece en la pequeña comunidad cobijada por sus parientes.
“Es que fue mucho el dolor. Le quitaron su playa donde tenía toda la vida”, cuenta Rosa María Moreno Valdivia quien fuera “dama” en la fiesta de quince años de Socorro y luego testigo del día en que se fue con el Sabino…
En los tacos
Eran como las once y media de la noche del cuatro de agosto de 2010 y Cruz Flores Godínez estaba en los tacos. Platicaba con el taquero Esteban Ramos cómo le iba a hacer para sacar a su hijo que había sido detenido durante el desalojo en la playa por la policía.
“Fue entonces cuando los vi venir. Andaban locos ese día, borrachos, locos y mariguanos, qué se yo; se fueron sobre mí, me dispararon y me dieron un rozón de bala y un culetazo. Me tumbaron al suelo y comenzaron a patearme”, recuerda el hombre de 75 años.
Se quita el sombrero, inclina la cabeza y muestra la “alcancía” que le llevó seis puntadas. Luego levanta el pantalón y exhibe la herida de bala ya seca y marcada en la piel.
Relata que se metieron a su casa (Huachinango número 5) al grito de “¡hijo de tu puta madre, te vamos a matar!”; lo sacaron a empujones y ya iba bañado en sangre cuando fue subido a la camioneta de la policía.
En el trayecto, recuerda que un policía le decía a otro: “¡a ver, enfócalo a este cabrón para ver si no se ha muerto para tirarlo de una vez”.
Cruz Flores todavía hoy no sabe enumerar los delitos que le imputan. Sólo cuenta que fue llevado a un hospital para curarlo y después a la cárcel de Cihuatlán donde estuvo tres días. Luego por no sabe qué diligencias de los de derechos humanos salió libre.
… Y encima comen gratis
El ronroneo característico de los motores de autobuses despertó a Dolores Morfín la madrugada del cuatro de agosto de 2010. Dormía en el pueblo cuando escuchó la caravana de camiones. Eran las cuatro de la mañana.
“Pensé que eran turistas que llegaban temprano y esperarían a que abriéramos”, dice la mujer dueña de un restaurante en la playa desde hace 25 años.
Pero a como a las seis de la mañana “los turistas” la sacarían de su error. No pidieron servicio alguno, al contrario, comenzaron el desalojo de hoteles, restaurantes y casas habitación.
Era una comitiva numerosa. Cerca de 200 elementos de la policía estatal, patrullas, cuatro camiones de mudanza y otros de tres toneladas para cargar parejo. Todos traían la misma consigna: sacar por la fuerza a los comerciantes y a los que tenían casa en la playa.
Pero para Julia Reyes, otra comerciante con restaurante desde hace 15 años, traían también el hambre atrasada.
“Arrasaron con todo. Se comieron los mariscos, tostadas, galletas, todo. Luego se tomaron las cervezas, los refrescos y acabaron con los vinos”, apunta.
Julia, molesta porque encima de que no eran turistas tampoco pagaron nada, cuenta que hasta a un señor de al lado que tenía una tiendita “le volaron las papitas”.
Los hombres del desalojo sacaron sillas, refrigeradores, mesas y trastes y las tiraron donde quisieron. Julia comenta que hasta a Doña Lorena del restaurante Riscal, la despertaron y amenazaron para que dejara el lugar. Cuando le permitieron pasar dos días después a la zona acordonada, ya no encontró dinero ni alhajas.
“A mí también me robaron, recalca Julia, se llevaron hamacas, una tina y un tambo de 200 litros”.
Pero Rosa Moreno Valdivia tercia en la plática y recuerda de un atraco mayor. Más que las alhajas de Lorena, las papitas o el tambo de Julia: “Nos robaron la playa”.
“¿086?, quiero denunciar una emergencia”
Se le ocurrió a Enrique Reyes, cuya familia y él mismo nacieron “en la playa de Tenacatita”.
“Llamé al 086, el teléfono de emergencias y les dije que nos estaban robando, que nos estaban disparando golpeando y despojando de nuestras casas y nuestras cosas”, expone.
Pero del otro lado una voz con frialdad le dijo que no podían intervenir. Que mejor llamara a la policía, a lo que Enrique respondería: “es que quien nos está golpeando es la policía”.
Aquel largo día del cuatro de agosto y al menos los siguientes tres días, fueron noches de locura según recuerda Enrique.
“En los pocos negocios del pueblo los veían venir -–a los policías— y cerraban. Nos amenazaron con detener a quien sea. Casi teníamos un “toque de queda” desde las diez de la noche con una advertencia que hacían a todo pulmón: ‘¡Métanse a sus casas hijos de su puta madre!’ y con esas amenazas, pues mejor no salíamos”, explica.
El encuentro con los vecinos de El Rebalsito es en un pequeño comedor del pueblo. Rigo Valle es en parte culpable de la convocatoria. En el movimiento de defensa de los terrenos, Rigo parece tener dos labores. La primera, lanza un cohete para anunciar a la población que hay que reunirse en ese punto.
La segunda, muestra con recelo copias de las escrituras de compra-venta de 42 hectáreas de Inmobiliaria Rodenas a Paz Gortázar la presunta dueña de 266 mil metros cuadrados del “Divisadero de Tenacatita”.
En la escritura 20,147 de 1991, refuta Rigo, se asienta que Rodenas recibe la superficie libre de invasiones, conflictos, litigios y completamente sola, “lo cual no es cierto”.
Pero más que la voz de Rigo, están los testimonios de gente que ha vivido en la playa de Tenacatita desde hace varias décadas.
Rosario Garibay, por ejemplo, dueña del “Restaurante Cheli”, tenía 40 años viviendo allá. Dice que se fue yendo poco a poco. Iba al pueblo por mandado y regresaba por brechas a la playa. No había luz, así que vendía todos los pescados frescos, del día, porque no había dónde guardarlos.
Doña Rosario dice que toda su familia nació en la arena. Luego medita y aclara: “bueno, nacieron en el pueblo donde estaba la ‘comadrona’ pero luego regresaba a la playa. Nomás venía a parir… y fueron diez viajes (diez hijos)”.
La noche del Ku Klux Klan
Francisco Alvarado, “Chito”, no ha podido olvidar aquella noche infernal de 1992. Dormía junto a su familia en un “camper” sobre la playa. Eran diez hermanos y nacían más hermanos que cuartos a su casa, por lo que se completaban con el camión.
De pronto, en la madrugada, escuchó ruidos y sintió el fuego que ardía fácilmente en techos de las palapas del restaurante.
“Le prendieron fuego a todo, hasta el camper donde dormían varios niños”, dice “Chito”.
Salieron corriendo y se pusieron a salvo mientras intentaban sofocar las llamas. Fue el primer intento de desalojo por parte de quienes se ostentan como dueños de las tierras en disputa desde hace varias décadas. En el 2000 lo intentarían de nuevo pero los habitantes de El Rebalsito se organizaron y bloquearon la carretera Melaque-Vallarta como protesta y se detuvo el desalojo.
“Chito” nació en la casa de la playa. Casi no usó zapatos porque se la llevaba en la arena. Muy niño comenzó a pescar y luego a manejar lanchas. Tiene siete y daba el servicio a los turistas en Tenacatita y en el hotel Blue Bay los Ángeles Locos.
Es precisamente en una de sus lanchas, “La Indomable”, donde hacemos el recorrido para llegar a los terrenos resguardados por elementos de la policía estatal y guardias privados quienes tras la cerca que corta la carretera negaron el paso con el argumento que era “propiedad privada”.
La lancha rodea una montaña y llega a las playas de Tenacatita. A lo lejos se pueden apreciar restaurantes, hoteles y palapas destruidas. Un puñado de hombres, los vigilantes, nadan en trajes de baño coloridos en las aguas del mar. Tienen toda la playa para ellos.
Nos acercamos y consultamos a un hombre moreno si podemos bajar de la lancha.
“Es propiedad privada”, advierte.
— No hay playas ni mares privados en México, se le aclara.
“Lo siento. Aquí sí. Esto es privado”.
Francisco apunta a lo lejos. Es una montaña de escombros, lo que ha quedado de su casa donde vivió más de 40 años con sus 9 hermanos. Cuando la demolieron, ya le habían “nacido” los diez cuartos.
Sapo y huésped
Una suave llovizna cae en la noche cálida de El Rebalsito. Casi no hay gente en la calle.
En la cenaduría “Virgen” han quitado las sillas y mesas de la calle. En parte por la lluvia, en parte porque no hay clientes.
Adentro, una familia de “buen diente” ha comido de todo: Pozole, tacos, tostadas, como queriendo compensar las malas ventas del local. Desde el cierre de la playa, se alejaron los visitantes y los comercios lo resienten. La gente poco a poco se queda sin dinero, los pescadores no pueden salir a pescar y si pescan es para consumo propio pues ya no hay restaurantes para abastecer.
El Hotel Misión del Sol del pueblo está vacío. El gerente revela que ese mediodía se fueron los últimos huéspedes.
Tiene 14 habitaciones y nueve bungalows. El encargado muestra el cuarto número uno pero está ocupado. Un sapo de mediano tamaño tomó posesión del mismo y permanece tranquilo a mitad de la pieza.
El hombre entrega las llaves de otra habitación y antes de cobrar, como marca la decencia, aclara al nuevo huésped:
— ¡Ah!, se me pasó decirle que ya no tenemos playa.