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Yo quería matar a Raúl Padilla

Por Ismael Loza Figueroa

Querido Raúl:

Ya sé que nunca nos tratamos de queridos, ni yo era querido Ismael ni tú querido Raúl. En nuestras tantas comunicaciones yo era, Ismael coma, y tu Raúl dos puntos; personalmente éramos quihubo Ismael, quihubo Raúl. Pero bueno, en esta ocasión en que te has muerto, nos lo permitiremos, ¿te parece? Y no nos tratábamos de queridos por falta de afecto, sino porque éramos bien machos. ¿No es cierto?

Con los muertos pasa que todo se exagera, lo bueno y lo malo. Lo malo se dramatiza más, claro está. En tu caso todo se potencia y se lleva a los extremos, ahí andan los agoreros, los jilgueros y los ávidos de que alguien voltee a verlos diciendo que eras esto y que eras aquello, yo sé que no te preocupa eso, es decir que, si antes te valía un pito lo que pensaran de ti, ahora de plano ya no te preocupa nada.

Ha de ser chingón estar ahí donde tú estás ahora; flotando en la inmensidad, en la eternidad absoluta sintiendo que nada te importa que nada tiene propósito, que al fin la vida, y la muerte, como parte de esta, tienen más sentido que la política, el poder y el dinero, el reconocimiento y las vanidades y todas esas cosas en las que tú eras experto. Al fin lo habrás entendido. Y, seguro pensaste en tu inmortalidad, bueno es un decir, eras tan inteligente que no te engañabas a ti mismo con ese rollo, porque al final nadie es inmortal.

Pero seguro consideraste lo que de ti se iba a decir: que eras un desgüevado, un débil traumado porque te has arrancado la vida igual que lo hizo tu padre y tu amigo; un cacique, un pistolero…. Y por supuesto, también tenías las seguridades de que no pocos te tratarían de prohombre, de valiente, arrojado, inteligentísimo, transformador, político avezadisimo, prócer y todos los etcéteras más que quepan en los hombres de buena fe y de buena honestidad que de ti opinarán, tanto como en los zalameros y abyectos. Al fin, el mundo es mundo, ¿no crees?

Pero que carajos sabe uno de lo que llevabas en tu mente, en los costales que cargabas: tus anhelos, tus miedos, tu cansancio, ese que se te había hecho crónico e insufrible, tus enfermedades y heridas de alma y las del cuerpo. Te acuerdas cuando me platicaste que te ibas a ir a vivir al extranjero, que me pediste que pusiera más atención en mis responsabilidades porque ya no estarías tan cerca para guiarme tanto, para protegerme tanto de los tiburones voladores, esos que matan nomás por matar o para intentar complacerte sin que tú hayas pedido nada. Qué cosas. Me dijiste con esos ojos tristes e impenetrables que no podías esconder, que andabas en demasiadas pistas a un tiempo, que querías dejar la ciudad porque el agotamiento te estaba matando de a diario y de a poquito.

Que estarías en los Ángeles cinco semanas y una en Guadalajara. Pero que carajos, tu amigo te traicionó y todo se fue al demonio, una batalla por perder, otra guerra por ganar y de paso tu molestia conmigo porque te advertí que el hombre de todas tus confianzas, tu compadre, tu incondicional, aquel más padillista que Padilla, te traicionaría. Y no que yo fuera adivino, sino que te señalé algunas pistas y hechos fundamentados que tu no quisiste ver porque el amor y la amistad obnubilan la vista en los seres humanos y tú, eras tan hombre como cualquiera, tan humano como todos. Al tiempo, cuando nos encontramos, nos saludamos aprisa, tal vez temiste que yo te espetara “Te acuerdas de que te lo dije”. En fin, ya nada de eso, nada de nada, tiene sentido.

Desde que te conocí te tuve un poco de lástima, a veces pensaba en eso cuando estábamos en alguna reunión de trabajo y hablabas con inteligencia, mandabas con mano suave y contundente y sonreías apenas cuando alguno intentaba un chiste para agradarte. Y yo veía al hombre fuerte que exsudaba poder por todas sus esquinas, calmo, sin afanes y ni exabruptos, segurísimo de si mismo y de lo que quería y que, además, sabía escuchar.

Y debajo de tu capucha yo te miraba frágil, necesitado de que una mano calidad y generosa ungiera tu alma con aceite perfumado, de que alguien de repente se hubiese levantado y te diera un abrazo nomás por nomás y tu lloraras y, todos lloráramos. Estoy seguro de que te hubiera gustado. Una vez me dijo una alta funcionaria de tu universidad que eras uno de los pocos hombres que hacen realidad todos tus sueños y entonces, sin que tú lo supieras, yo te compadecí, pues es tan terrible cumplir todos los sueños como no cumplir ninguno. Qué tremendo, pobre de ti, tan exitoso tan incombustible.

Pero algo que no sabías, aunque sabias muchas cosas, es que yo quería matarte y ahora que te me adelantaste, me diste en la madre. Por lo menos debiste haber preguntado, digo por cortesía. Porque preparar tu muerte lleva tiempo y trabajo, ya ni chingas. Te iba asesinar en una de mis novelas, el libro que escribo ahora, a continuación, te dejo unos apuntes apenas preliminares de tu muerte la cual sucede en un grande acto de la FIL en donde recibías al candidato a la presidencia de la república:

Alcanzado por una bala de los cientos que salpicaron al presidio y a sus presidentes, Raúl Padilla cayó al piso empapado en sangre, en la suya, en la del Matador y en la de Rey. Pensó que iba a morir y no le dio miedo la muerte, pero la idea de dejar la vida le aterró. Deshacerse de las cosas hermosas de la vida, de sus privilegios y del poder en el que vive y para el cual había nacido. Lo inundó el miedo y la rabia. Otrora, había pensado que podría terminar de esta manera, baleado por quien sabe qué mano que obedece a quien sabe que cabeza, e incluso por una bala “amiga”. Sin embargo, que uno sepa que va a morir no le salva del tremendo impacto de pararse frente al paredón en el día y la hora en que una voz le llama a cuentas. No era religioso por eso no se encomendó a Dios, ni a la Virgen que tanto veneraba su madre. Pensó, eso sí, en su herencia y en sus herederos y en su entrada con bombo y platillo a los anales de la historia. ¿Cómo seré recordado? ¿Se me hará justicia en los medios de comunicación y en los juicios de la gente? ¿Será suficiente mi obra como para que se me recuerde como un prohombre? ¿Qué será de mi legado, de las estructuras de poder que fui capaz de construir, de la gente que formé, de la institución? ¿Serán capaces de unirse en torno a mi figura o terminarán matándose entre ellos en una guerra intestina librada para hacerse del poder que queda a la deriva? ¿Se matarán viejos y jóvenes? ¿Viejos y Viejos? ¿Todos con todos? Ya no importa. Yo ya hice lo mío, lo que me tocaba. ¿Y si otros les arrebatan el poder por pendejos y ambiciosos? Hay que saber de historia para entender que el poder se comporta casi siempre igual. Que el poder es una idea y que los hombres están supeditados a ella. ¿Cuántos Césares hubo en los siglos en que el Imperio Romano se mantuvo como eje del mundo? cientos. Muchos de esos emperadores fueron torpes, corruptos, ineptos, asesinos, viciosos y locos y solamente algunos tan célebres y destacados como Julio César, Adriano, Augusto, Trajano… Pero ninguno fue más grande que la idea Roma, por eso durante tanta crisis a la que Roma fue llevada por sus dirigentes sandios y estúpidos, no sucumbió. Roma era más grande que sus emperadores, Roma era una idea, mi poder también, un mito que yo forme y que ahora termina.

Pues ya ves, yo quería para ti una muerte espectacular con mucho vuelo, con algunos asesinatos colaterales de tus amigos y enemigos. Pero cada uno tiene derecho a escoger la manera de morir si puede hacerlo y tu elegiste la tuya. Hasta en eso no cediste.

Pero bueno yo a lo que venía, (por cierto, que difícil llegar a hasta tu féretro, es como una llevada a la virgen de Zapopan, multitud remolinada en tu entorno, gente variopinta haciéndote fotos con sus celulares, dando abrazos a propios y extraños, hablando maravillas de ti, contando chistes y quedando para comer. La verdad que güeva), pues venía a decirte que me diste muchas cosas y que no te agradezco por ello, porque, como todos los políticos nada de lo que dan es gratis y lo que dan no es suyo, así que… Pero por lo que si te agradezco es por la enorme confianza que me tuviste, me invitaste a cambiar a los medios de comunicación universitarios, tan anquilosados entonces, y para ello me diste poder, libertad, recursos y sobre todo respeto a mi persona.

Ojalá que el Dios en el que no crees (¿creías?) te reciba y encuentres allá a Fuentes, al Gabo, a Saramago a Borges, a Rulfo y a tantos y tantos amigos como tienes en el mas allá y hagan una fiesta literaria, la FIL del cielo. ¿Qué te parece?

• Paralelo 20

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