No debería sorprendernos que el Acuerdo que reemplazará al TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) desdeñe el tema ambiental en los términos acordados por los tres países que lo conforman. Mucho menos cuánto es de todos conocido que quien llevó mano en este pacto y el más feliz con sus términos es justamente el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, a quien no le interesa en lo más mínimo el tema ambiental; baste recordar que el año pasado retiró a su país del Acuerdo de París, para convertirlo en el único en el mundo que rechaza el histórico pacto adoptado en la capital francesa, mismo que establece medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a través de la mitigación, adaptación y resiliencia de los ecosistemas a efectos del Calentamiento Global, y que firman 96 países y la Unión Europea.
El propósito que persigue el mandatario del país vecino del norte es lograr que Estados Unidos de América evada su responsabilidad como el mayor emisor histórico de los gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático y privilegiar los temas económicos por encima de cualquier otro interés. Por ello, en el Tratado renegociado recientemente con México y Canadá no se observan acciones contundentes para la protección del medio ambiente.
Representantes de diversas organizaciones ambientalistas alrededor del mundo reprochan al presidente Trump, que en el AMEC (Acuerdo México-Estados Unidos-Canadá) una vez más haya relegado el tema ambiental en la toma decisiones que suponen “un buen compromiso” para los tres países socios en el tema comercial y se pronuncian porque su Administración al menos cumpla con sus obligaciones y mantenga intactas leyes ambientales como NEPA, que empodera y protege la salud de comunidades de su país.
“El texto del acuerdo trilateral contiene un capítulo de 31 páginas sobre el medio ambiente pero, según sus detractores, omite mención del cambio climático y sigue otorgando dádivas a corporaciones en el sector energético, mientras que las salvaguardas ambientales son débiles y con pocas garantías de una rigurosa aplicación”, se lee en un artículo del diario La Opinión.
Michael Brune, director ejecutivo del Sierra Club, apuntó que la política comercial de Trump ha creado una propuesta que más bien perpetuará el daño del NAFTA en las comunidades y que la nueva versión premiará a empresas como Chevron y Exxon Mobil al tiempo que cimentará el legado de contaminación años después de que Trump deje el poder.
De acuerdo a un análisis que hizo el Sierra Club, el texto, por ejemplo, no tiene reglamentos vinculantes sobre la contaminación con plomo, lo que significa que las corporaciones seguirán teniendo incentivos para verter sus desechos de plomo en México. Los elevados niveles de plomo en comunidades próximas a las fábricas han contribuido a un aumento en enfermedades crónicas, según estudios médicos. En otra parte, el documento reconoce que la contaminación del aire es una amenaza grave para la salud pública, pero omite reglamentos de cumplimiento obligatorio para reducir la contaminación que agravó el NAFTA y, en general, no corrige las amenazas a los ecosistemas, la vida silvestre o a las protecciones del aire y agua.
El documento deja en pie una cláusula que exige que el gobierno de Estados Unidos de América apruebe las exportaciones de gas a México, aunque paradójicamente también obliga a las autoridades a tomar en cuenta el “interés público. El acuerdo además evaluó la amenaza de la contaminación de plásticos en los océanos y su impacto en la vida marina, y dejó campo para negociar un acuerdo multilateral por separado para hacer frente a ese problema.
El grupo “Friends of the Earth” dijo en un comunicado que el acuerdo aumentará el calentamiento global, dificultará el combate contra la contaminación de combustibles fósiles, y minará la seguridad alimentaria y en los sectores agrícola y de biotecnología.
Greenpeace por su parte, consideró que los pueblos de Norteamérica merecen algo mejor que este acuerdo porque, a su juicio, éste dará vía libre a corporaciones que contaminan el medio ambiente, y dificultará aún más el combatir el repliegue de otras protecciones ambientales.
Según la auditoría realizada por expertos de una de las más antiguas organizaciones especializadas en conservación, el pacto ofrecerá a las corporaciones nuevas formas para debilitar las políticas ambientales, promoverá la práctica de extracción de gas y petróleo del subsuelo conocida como fracking y generará incentivos para que las compañías altamente contaminantes “tiren sus residuos tóxicos en México”.
Si bien el acuerdo tiene un capítulo sobre medio ambiente, éste se distingue por no incluir compromisos vinculantes. Por ejemplo, el documento reconoce que “la contaminación del aire es una grave amenaza para la salud pública”, pero no incluye una sola regla vinculante para reducir la contaminación del aire.
Se menciona además que los negociadores no nada más fallaron en hacer referencia al compromiso de lucha contra las emisiones contaminantes responsables del calentamiento global, sino que añadieron elementos que prolongarán la contribución del TLCAN, USMCA o AMEC a la crisis climática en las zonas fronterizas y más allá.
El presidente francés Emmanuel Macron, dio un discurso no hace mucho en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y en él afirmó que no se deberían firmar tratados comerciales con países que no respeten el Tratado de Paris sobre el clima, en clara alusión a la decisión del presidente Trump de abandonar el Acuerdo de Paris. Macron se refería en concreto a condicionar los acuerdos de libre comercio a gran escala, pero también proponía condicionar los acuerdos sectoriales a que éstos fuesen como mínimo neutrales desde el punto de vista del clima. En un plano más general, Macron denunció el auge de los nacionalismos, y llamó a las Naciones Unidas a trabajar conjuntamente para resolver los desafíos mundiales como antídoto a la clásica retórica de Trump del «América primero».
El Tratado entre los tres países de América del Norte no solo ignora los reclamos de las Organizaciones No Gubernamentales sino que además, México y Canadá voluntaria o involuntariamente se sumaron a la política Trumpista de brazos caídos o aún peor, de soslayar y rechazar la lucha contra el cambio climático.
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