Fue en el marco del décimo primer Encuentro de la Unidad Obrera Empresarial, que el gobernador Enrique Alfaro lanzó esta promesa: “Hoy en Jalisco vamos a combatir a fondo y hasta donde tope la violencia, no vamos a regatear esfuerzos en ese sentido, nos la vamos a jugar todos los días para mandar un mensaje claro de que en Jalisco, aunque nos cueste tiempo, esfuerzo y sangre, vamos a recuperar la paz y tranquilidad de los jaliscienses”.
Como suele ocurrir en la realidad paralela que viven quienes se alojan en el poder público, este compromiso se encuadra en una coyuntura, y ésta tiene que ver con la profunda crisis de inseguridad que sufre (literal) la sociedad entera y enfrentan los cuerpos policíacos.
Pero nos guste o no, ya sea por el tono o por el contenido, hay un fragmento en el mensaje de Alfaro Ramírez que tenemos que admitir como cierto, y es que el combate a la criminalidad llevará tiempo, implicará mucho esfuerzo y derramará más sangre.
La emboscada que le quitó la vida a dos elementos tapatíos y el ataque de sujetos con fusiles de alto poder contra gendarmes zapopanos (muriendo un oficial) con un día de diferencia, es tan solo una muestra de cómo por nuestras calles y avenidas circulan y aparecen las armas sin control alguno.
Soy de los que se resiste a suponer que lo que sucede es que estamos en medio de un fuego cruzado entre bandas delictivas que se disputan la plaza; más bien creo que nos encontramos inmersos en un creciente y multifacético fenómeno en el que se ha ido perdiendo el respeto por el derecho ajeno, y peor aún, por la vida misma.
Esta descomposición en buena parte de la población, nos colocó en esta dramática situación. A diario nos enteramos de extorsiones, asesinatos, asaltos, desapariciones y privaciones de la libertad. Sea por gente cercana o porque ya nos ocurrió a nosotros, la tensión y el temor se sienten y expanden por doquier.
Sí, el Estado y sus distintas estructuras es el gran responsable de contener y revertir la tendencia delictiva; sin embargo, también debemos aceptar que en el epicentro de este flagelo se mueve algo mucho más denso e inquietante. Mi hipótesis es que en general hemos dejado de hacer la tarea que nos corresponde.
Por supuesto que no deseo dispensar de su obligación fundamental a estos gobiernos, sería una locura siquiera pensarlo; pero tampoco podemos ser omisos ante una verdad que se planta frente a nosotros y sólo le damos la vuelta para no confrontarnos con ella.
Las grandes mafias, así como los delincuentes solitarios, provienen de un modelo de formación y convivencia familiar y comunal que ha fracasado. Todas las estadísticas nos dicen que algo anda muy mal en cuanto al desarrollo de un importante porcentaje de nuestros jóvenes. Mientras las universidades públicas y los generadores de empleo en el país –por citar dos ejemplos- no cumplan con su función sustantiva, entonces, como bien afirma Enrique Alfaro, nos llevará mucho tiempo tener éxito en el combate a la violencia.
Me resulta frustrante tener que reconocer que por delante aún nos quedan muchos episodios que se escribirán con sangre y fuego; en lo personal no veo en el horizonte cercano que juntos, gobierno y sociedad, podamos restituir aquella nostálgica imagen de cuando niños salíamos a jugar una cascarita o al burro castigado.