La gran lección del desabasto de gasolina en Jalisco es que en medio de la desesperación también florece la madurez. Las largas filas de automovilistas provocaron un sinfín de molestias, pero también nos ayudó a descubrir un tipo de solidaridad ciudadana con su gobierno federal que en treinta años como comunicador yo jamás había atestiguado.
Es cierto, nadie con tres dedos de frente, puede negar que al inicio falló la estrategia para combatir el robo del hidrocarburo; sin embargo, tampoco hay quien pueda negar que esta lucha es muy bien vista por la mayoría de la población.
Recordemos que el electorado votó de manera avasallante en favor de Andrés Manuel López Obrador con la esperanza de acabar con el flagelo de la corrupción. Y es que si hay algo que nos ofende a los mexicanos es que bajo el manto protector del poder público se perdió la línea divisoria entre los criminales y los gobernantes.
Hay que admitirlo, nos guste o no, el presidente abandera la madre de todas las batallas. De ahí que las encuestas y sondeos de opinión develan un respaldo casi total a su causa, algo nunca antes visto en la historia nacional desde que se toma el pulso social.
Derivado de lo anterior, bien valdría la pena preguntarnos –una vez que ya pasó la crisis del desabasto- quién sanará la relación del Estado con la federación. Pero más aún, ¿quién llamará a la concordia en Jalisco?
Diputados, regidores y diversos actores de la arena política, entre los que figuran algunos alcaldes, me confían que en el ambiente en el que se desenvuelven flota la sensación de que la discordia comienza a cobrar facturas muy caras para nuestra entidad.
Más allá de las filias o fobias, coyunturas y pasiones, lo único cierto es que en cualquier pelea no hay un ganador.
Basta con echar un vistazo a lo que acaba de ocurrir en el congreso estatal; la fractura entre las distintas fuerzas partidistas al seno del poder legislativo, más la ruptura del diálogo con distintos organismos de la sociedad civil por parte del bloque mayoritario, no es, en ningún sentido, un buen augurio.
Me parece que es demasiado pronto para la división, el rompimiento y los rencores.
Pareciera que en Jalisco quedó atrás la vieja premisa de que la política es el arte de construir consensos.
Yo no quiero suponer que lo que mal comienza mal acaba, porque ello significaría un
ánimo pesimista de que no lograremos salir de las crisis de seguridad, justicia,
infraestructura e igualdad, que tanto daño nos ocasionan.
Es momento para la deliberación madura para dejar de lado una belicosidad que nos divide y nos resta; y es que la mejor guerra es la que se evita.
Hoy en día el sendero de la conciliación -no el de la imposición- es el camino por el que debemos transitar. Creo que al margen de cualquier interés particular, debe prevalecer la convicción de que no hay mejor motivo que no sea el de sacar adelante una agenda que reclama resultados inmediatos y de larga duración.
Por eso, la pregunta de quién llamará a la concordia en Jalisco cobra una especial trascendencia, en medio de una inexplicable estridencia.
¿Alguien que levante la mano y diga “yo”?