Ha sido un golpe demoledor. Pero no solo para nosotros. Un grupo de gatilleros asesinó a Javier Arturo Valdez Cárdenas, nuestro compañero. Lo esperaron a que saliera de la oficina de Ríodoce, donde estuvo trabajando por la mañana. Lo mataron con saña. Los asesinos simularon el robo de su vehículo, pero le dispararon en 12 ocasiones con dos armas distintas. No tenemos ninguna duda: quien ordenó el crimen pidió a los sicarios que se aseguraran del objetivo.
Es un golpe demoledor para nosotros, para su familia, pero también para el periodismo, el sinaloense, el mexicano, sobre todo ese que investiga, escribe y publica en libertad.
Siempre, desde que decidimos brindar cobertura al tema del narcotráfico, supimos que esto podía ocurrir; lo sabía Javier, lo sabíamos todos en Ríodoce. Y hemos reporteado con miedo todos estos años, seguros, como lo dijo él muchas veces, de que cuando alguien toma la decisión de matar a alguien, mata.
Cohabitamos con la muerte, decía. Copulamos con ella, se ríe de nosotros, nos besa, se burla. Pero seguimos todos estos años —14 desde la fundación de Ríodoce— haciendo lo que un buen periodista y un buen periódico tiene que hacer en un estado como Sinaloa, en un país como México.
Nos han arrancado un brazo. O los dos. Javier fue parte fundamental de Ríodoce desde que el semanario era apenas una quimera concebida por un grupo de periodistas que creíamos y creemos en la libertad, en la independencia, en la honradez, en la crítica; que vemos en el periodismo un compromiso con la sociedad, cada vez más desvalida en medio de gobiernos cada día más corruptos y cínicos, criminales desde el Estado.
En estas convicciones estribaba nuestra terquedad de seguir adelante a pesar de las acechanzas cotidianas, en medio de tantos crímenes, de las guerras sangrientas del narco y de las que los periodistas somos, casi siempre, víctimas del fuego cruzado.
No podemos dejar de cubrir temas del narcotráfico, decíamos; menos ahora que el fenómeno es más amplio y profundo. Nacimos para la información, no para el silencio, sosteníamos, y nos debíamos congruencia. El problema es cómo hacerlo. Por eso tratamos de tener siempre cuidado de no cruzar esas líneas tan delgadas cuya transgresión puede significar la muerte.
No tenemos ninguna duda: el origen del crimen de Javier Valdés está en su trabajo periodístico relacionado con los temas del narcotráfico. No sabemos de qué parte, de qué familia, de que organización provino la orden. Pero fueron ellos.
Esperaríamos del gobierno estatal y del federal que se abocaran a investigar y castigar este crimen. Pero, sabiendo el destino de la mayoría de los casos, sin muchas esperanzas de que hagan justicia.
Qué pena por nuestra sociedad; qué dolor de país.