Mucho se escribirá sobre el desfile del ardor que tuvo como propósito saciar el voraz narcisismo del presidente.
Pero al final nada cambiará para bien; por el contrario,después de la tremenda demostración de la capacidad de acarreo, las críticas de los periodistas o provenientes de la oposición, serán vitamina pura que nutrirá el delirio de un mandatario que nos jala hacia el pasado e impide el acceso a una vida de prosperidad a una buena parte de los mexicanos.
Luego de lo que llamó “la marcha del pueblo” (montaje multitudinario financiado principalmente con dinero público y de la delincuencia organizada) con el pretexto de festejar el cuarto año de la cuatro t (así, con minúscula), la compleja personalidad de Andrés Manuel recobrará fuerza y con ello el daño a la población escalará a niveles impredecibles.
En mi entrega anterior sostuve que la Casa Gris de Houston, la publicación El Rey del Cash, el hackeo de los Guacamaya Leacks y la marcha ciudadana en defensa del INE, echaron más leña a la lumbre que lo consume por dentro.
¿La consecuencia de ello? Pues que López Obrador continuará sin importarle si el país está en llamas o bañado en sangre. Lo suyo es verlo incendiado, pues “hay personas que sólo quieren ver arder el mundo”, como le dijo Alfred a Bruce Wayne en el filme The Batman, el caballero de la noche.
Lo he admitido, yo me declaré lopezobradorista y voté por él en tres ocasiones. Hoy lamento profundamente la defensa pública que hice sobre sus postulados. Mirar la estela de destrucción institucional que deja a su paso y escuchar el modo en que usa el poder, desacreditando e insultando a quien no concuerda con su paranoia, es demasiado frustrante. Peor aún, observar la defensa insulsa de sus aplaudidores oficiosos me provoca una especie de náusea mental. Es, probablemente, el extremo de la decepción.
Tras la movilización que atestiguamos, vale la pena rescatar algunas de las asignaturas que deberán atenderse en la agenda una vez que abandone Palacio, si es que lo hace, en menos de dos años:
Arrebatar a los altos mandos del ejército los grandes negocios que les fueron otorgados, así como la administración de obras y empresas que jamás debieron tener bajo su control; devolver a México la esperanza de reencontrar algo de paz en medio de la tragedia de los feminicidios, desapariciones forzadas y homicidios dolosos; procurar la conciliación mediante el respeto a quien piense u opine distinto a los que ostentan el poder público; renunciar a las consideraciones amorosas que se le guarda a la delincuencia organizada; brindar seguridad a las miles de comunidades que fueron abandonadas a su suerte durante el obradorato; reconquistar la dignidad y el respeto de las fuerzas armadas; armonizar los vínculos con nuestros socios y vecinos del norte; combatir –en serio– la corrupción e impunidad institucionalizada en estos cuatro años; impulsar la ciencia y tecnología como columnas centrales del progreso; otorgar amplios presupuestos a la educación y salud, ya que son los ejes básicos del bienestar común; apoyar a las madres trabajadoras con el retorno de estancias infantiles; implementar medidas de contención contra la carestía y el desplome de la economía; suministrar de forma gratuita medicamentos para niños y la población de bajos ingresos; y ante todo, imponer una narrativa de mesura y responsabilidad que impone la investidura presidencial.
Insisto, somos millones los que a la luz de su insultante incongruencia, nos sentimos avergonzados por haberlo sentado en la silla grande. Y es que él la hizo pequeñita.
Lograr la concordia social después de este oscuro periodo de denostación, división y vendettas promovidas desde el epicentro del gobierno, será el mayor desafío de nuestra historia.
Mientras tanto, debemos preguntarnos qué le diremos a las nuevas generaciones cuando nos reclamen que cómo fue que permitimos un desastre nacional de tales dimensiones.
@oscarabrego111
@DeFrentealPoder