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Que Dios nos proteja

Hace un mes, en este espacio, escribí sobre el presidente, “ha hecho lo impensable en un mandatario: confrontar al país; acusar de traición a la patria a quienes ejercen la democracia; romantizar la miseria y la ignorancia; normalizar la corrupción e impunidad entre familiares, amistades y colaboradores; violentar la ley de manera sistemática y descarada; mentir constantemente y sin ningún pudor desde el púlpito mañanero; defender a dictadores; proteger al hampa; fortalecer (por omisión o complacencia) a los capos de la droga; atacar a los medios y periodistas que le cuestionan y también despreciar a todas aquellas organizaciones sociales que son incompatibles con sus dogmas.

De lo anterior, y justo cuando parecía que ya no habría nada que pudiese sorprendernos con respecto a su conducta, ocurrió lo inaudito; derivado de cuestionamientos a la desastrosa política de “abrazos, no balazos” de la federación, en menos de una semana, tildó de mentirosos e hipócritas a sacerdotes jesuitas y jerarcas católicos, y además calificó de “hitleriano” al publicista Carlos Alazraki, miembro de la comunidad judía, lo que ofendió –con razón de sobra– a esta congregación.

Así, en unos cuantos días, AMLO abrió nuevos frentes belicosos. Ahora puso en la mira de sus ataques a dos influyentes órdenes.

Vale señalar que nunca antes en la historia de nuestra nación, un mandatario había dedicado tanto tiempo en combatir ventajosa y públicamente a sus críticos desde la más poderosa tribuna del Estado.

Jamás se registró para la memoria del país que Palacio Nacional fuera utilizado para disparar incesantes ráfagas de rencor y coraje.  

Hoy nos encontramos bajo fuego cruzado. Estamos en medio de las balas del crimen y los odios de Andrés Manuel.      

En verdad debemos estar muy preocupados, por no decir asustados.

Tengamos presente que en este sexenio muchos integrantes de las fuerzas armadas, lejos de contribuir a la prometida pacificación social, están ocupados en labores de albañilería, mientras un buen puñado de sus altos mandos, acumulan grandes fortunas gracias a la discrecionalidad con la que otorgan los contratos de prestación de servicios en los que están involucrados ellos y sus familiares.

Por eso no extraña el avance diario de las mafias en el control de municipios enteros a lo largo y ancho del territorio, con lo que someten a sus habitantes y suplantan el rol de las autoridades formales.

Sin embargo a López Obrador no le interesa resolver el horror de la inseguridad que azota a la población, a él lo que en verdad le importa es conservar su popularidad y ejercer el poder de un modo impune y arrogante. Lo suyo es justificar sus postulados, porque el dolor que sufren cientos de miles de familias no es un asunto prioritario en su agenda.

México es un charco de sangre pero al presidente no le significa nada.

Acusar por sistema a Felipe Calderón de la incompetencia de su gestión es ya una excusa insostenible e insoportable. Esa narrativa de que todo es culpa del calderonato es una forma de renunciar a su responsabilidad como titular del Poder Ejecutivo. Ya vamos para cuatro años de esta administración y estamos bastante peor que al inicio de la cuatro te.

No obstante su inestabilidad emocional, de Andrés Manuel López Obrador sí podemos tener una certeza. Entre sus convicciones está la de no enfrentar a las bandas crimínales y salvar a la ciudadanía de su crueldad.

Por el contrario, este gobierno trata con cariño a la delincuencia.

Que Dios nos proteja.    

@oscarabrego111

@DeFrentealPoder

• Óscar Ábrego

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Empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista político.

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