Legado de su visión política, Carlos Alberto Madrazo, el ex gobernador de Tabasco, escribió un día:
“Uno es el gobernante que sube jubiloso las escaleras de palacio estatal para asumir las riendas del poder y otro muy distinto el que desciende cabizbajo cargando en sus hombros con el fardo de lo que no pudo realizar. Porque un gobernador no será juzgado por las promesas o por sus errores; sino por aquello que dejó de hacer”.
En la soledad de sus oficinas, no existe un hombre en Jalisco con mayor peso en estos momentos que el gobernador de Jalisco Jorge Aristóteles Sandoval Díaz.
Político profesional, sabe perfectamente que las elecciones intermedias son el termómetro natural para enjuiciar al gobierno estatal del color que sea. También sabe que no siempre quien encabeza una administración termina siendo el hombre mejor informado.
Por retorcidas prácticas, a veces hay un cerco que impide que la luz llegue hasta la cima. Los reportes pasan por demasiadas manos, matizados o maquillados, antes de llegar hasta quien decide.
En todo tiempo y para el ejercicio del poder, seguirá vigente la máxima de Nicolás Maquiavelo en su libro “El Príncipe”, cuando recomienda que para conocer el valle hay que estar en la cúspide; pero para conocer el tamaño de la montaña hay que estar en el fondo del valle.
Por estos días, ha sido muy común quienes adjudican completamente la derrota priísta al gobernador. Los argumentos son simples: haberse empeñado en impulsar como candidatos a personas cercanas sin medir las consecuencias de que enfrentarían a un ex candidato a gobernador y un movimiento político que nunca dejó de estar en campaña.
Sin embargo y sin restar importancia a la responsabilidad atribuida al mandatario estatal, ¿qué pasa con los candidatos priístas que no hicieron campaña? ¿qué pasa con los grupos políticos que aseguraban tener el “control” de municipios y distritos? ¿y qué sucede con quienes en venganza efectivamente operaron pero para favorecer al enemigo?
Previo a la campaña y durante la misma, jóvenes y veteranos militantes del tricolor, recomendaron ignorar las estructuras tradicionales de ese partido; unos, porque sería un mal mensaje hacia los nuevos tiempos que aborrecen el corporativismo y otros porque simplemente no las necesitaban.
La arrogancia y la soberbia, fueron la constante entre algunos de los llamados “operadores” que minimizaron riesgos y pretendieron sacar una elección con base en fórmulas efectistas que no consiguieron minar la imagen de Enrique Alfaro, la locomotora que jaló a MC.
Ahora, tras la debacle electoral, se eleva una gigantesca ola sobre Aristóteles donde algunos pretenden influir sobre los cambios en su equipo de gobierno que él mismo ya había anticipado que realizaría.
En la soledad de su despacho, el gobernador tendrá la potestad de hacer las modificaciones que juzgue convenientes y, como sucedió con las elecciones, asumir las consecuencias de sus decisiones.
Pero al tratarse de una decisión “personalísima”, bien haría Aristóteles por lo menos en escuchar las voces que no le aplauden ni le dicen lo que quiere escuchar.
En el ejercicio del poder, no ayuda en nada recibir palmadas y contar con un grupo dispuesto a secundar todo lo que se hace; con frecuencia, al navegar a contraflujo encuentras opiniones desinteresadas que te permiten sacudir tu esencia y recordar que también puedes equivocarte.
Voces que faltaron por supuesto antes, durante la campaña y que ahora no debieran ser olímpicamente ignoradas.
Como el chiste de la vaca que zurra un pajarito y el lobo que llega al rescate, cuento que, como Maquiavelo, tendría que ser de cabecera para todo político.