Aunque en la semana se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente, pocos repararon en la importancia que tiene para Jalisco, México y el mundo la impresionante reserva de la biósfera de Manantlán, que en este 2017 cumple 30 años del decreto que le diera origen.
Sólo Óscar González Gari, de la Red Jalisciense de Derechos Humanos, alertó de la fauna nociva que pulula en la sierra que la mantiene gravemente amenazada. Se refirió al crimen organizado que se oculta en esa exuberante región para cometer todo tipo de delitos.
La denuncia de González Gari fue hacia grupos delictivos que talan ilegalmente los árboles en zonas prohibidas, queman otras o siembran droga, por lo que es frecuente que los indígenas de las comunidades que habitan los municipios del área natural protegida, encuentren a gente fuertemente armada.
Pese a ello, el defensor de derechos humanos revela que hay varias denuncias presentadas ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente sobre los hechos.
Pero la presencia de gente armada en Manantlán no es nueva. Ahí por años han tenido su asiento marihuaneros, salteadores, secuestradores y más recientemente miembros de cárteles de la droga.
En los ochenta, cuando el ejército mexicano peinó la sierra y combatió las agrupaciones que venían huyendo de Sinaloa por la “Operación Cóndor”, muchos de los gatilleros optaron por dedicarse al secuestro y los asaltos.
En 1994 cuando irrumpió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, miembros de Ayotitlán y Telcruz fueron al sureste mexicano a reunirse con zapatistas, según confirmaron a este reportero habitantes de dichas comunidades con las que conversé por aquel tiempo.
En las laderas del bosque aparecieron pintas del EZLN y vivas a Samuel Ruiz, pero no pudo acreditarse campamentos de gente armada como parte de las fuerzas de apoyo de los zapatistas.
Lo que sí encontró el ejército fueron áreas de adiestramiento pero pertenecientes a integrantes del crimen organizado, por lo que desplegó tanquetas que en las callejuelas polvorientas de Ayotitlán parecían enormes iguanas verdes al sol.
En las investigaciones realizadas en la sierra, dialogué con dirigentes ejidales quienes contaron cómo de repente llegaban camionetas con extraños que bajaban a contratar jornaleros.
Los hombres del pueblo desaparecían a “trabajar” por un par de días y regresaban con dinero para gastarlo en cervezas y aguardiente que corría a raudales en las pequeñas poblaciones.
Junto a la presencia del crimen organizado, estaban las divisiones. Grupos ejidales, comunidades indígenas, organizaciones sociales, la CNC del PRI y los alcaldes en turno de Cuautitlán de García Barragán, convertían al territorio en un auténtico polvorín.
A todo esto se suma la presencia de la compañía minera de Peña Colorada y su eterna estrategia de dividir a los ejidatarios para a río revuelto convertirse en pescadores.
Varios dirigentes ejidales o comuneros fueron asesinados en la sierra. Algunos de ellos por abrir de más la boca y denunciar a los grupos criminales; otros dicen que porque cruzaron la raya y formaban ya parte de estos bandos.
En 30 años, la reserva de Manantlán que abarca 139 mil hectáreas y siete municipios, cinco de Jalisco y dos de Colima, ha sido motivo de orgullo para Jalisco por su flora, fauna y mineral.
Pero también es el mejor ejemplo de indolencia de las autoridades que han dejado a su suerte a decenas de comunidades que enfrentan serios problemas de inseguridad, la amenaza constante de perder sus tierras y la depredación de bosques y minerales, sin haber obtenido beneficios de estar asentados en una de las zonas de mayor riqueza de México.