A esta región, a la que nunca llega nada, llegaron las vacunas que buena parte del planeta está esperando.
MALINALTEPEC, GUERRERO.- En este municipio indígena que está en la lista de los más pobres del país, el registro de la mortalidad de la pandemia de covid-19 no se lleva en el centro de salud, sino en la cantidad de moños negros colgados en las puertas de las casas.
Prácticamente no hay calle que no tenga. El alcalde, Abel Bruno Arriaga, hace una cuenta rápida y calcula que en el municipio han muerto unas 30 personas por covid. No parece un dato muy alarmante, comparado con los 27 mil fallecimientos de la Ciudad de México. Pero cuando se piensa que Mali tiene 25 mil habitantes y la capital del país tiene 20 millones, considerando la zona conurbada, la proporción cambia. “Si lo ves proporcionalmente, estamos casi igual que allá”, dice el edil.
Lo mismo dicen el médico, la maestra y las servidoras de la nación: hay muchos más muertos de los que tiene registrado el hospital y de los que pueda tener el registro civil. Porque la gente aquí no lo dice. Se muere en sus casas y sus familiares juran que fue de otra cosa. Porque aquí en La Montaña, la muerte es una cosa cotidiana.
“Aquí la gente se muere de tos, de calentura, hay niños que se mueren de diarrea. Para las comunidades, covid no representa la misma preocupación que en las ciudades. Si tú les dices que se murió por covid no lo creen. Se mueren porque aquí la gente se muere muy fácil”, dice Abel Barrera, el director de la organización de derechos humanos más reconocida (y casi la única) de la región.
Tlachi, como le dicen aquí al Centro de Derechos Humanos de La Montaña, que fundó Barrera hace tres décadas, no ha dejado de trabajar durante la pandemia, aunque varios abogados del equipo se han contagiado y apenas en enero, varios de sus familiares también tuvieron covid. Cuando nos vemos, lleva dos días de haber recibido la vacuna de AstraZeneca, que es la que llegó a la Montaña.
“No tenemos hospitales, no tenemos médicos, no tenemos ni paracetamol. Pero tenemos la vacuna y eso me da una esperanza de vida y me pone en las mismas condiciones que cualquier persona de la ciudad de México”, dice Barrera, sin ocultar la emoción.
Es una esperanza que no tuvo, por ejemplo, Gaudencio Mejía Morales, director de la radio indígena La Voz de La Montaña, quien murió en agosto tras contraer covid. Tampoco la tuvo el profesor Caritino Cantú, quien hace seis meses acompañó como intérprete a un grupo de defensores de derechos humanos para hacer un estudio sobre el índice de desnutrición infantil en Pozoloapa y falleció semanas después, junto con otros familiares.
La Montaña de Guerrero es la más numerosa de todas las zonas marginadas que hay en el país: en sus 19 municipios habitan más de 300 mil personas, mayoritariamente indígenas nahuas, me’phaa, na savi y ñomndaá. Cada año, desde que en este país se hacen mediciones de la pobreza, esta región ocupa los primeros lugares de muerte materna, deserción escolar o desnutrición infantil.
También es la puerta a la Montaña alta, donde se concentra la población indígena y la pobreza. Ahí están incrustados dos de los municipios que, año con año, pelean el primer lugar de marginación en el país Metlatonoc y Cochoapa El Grande. Curiosamente, ninguno de esos dos municipios está incluido en este primer grupo de 333 municipios que recibieron la vacuna de AstraZeneca. Y en cambio, están incluidos tres municipios de la zona baja, conocida como La Cañada, que tiene un nivel de desarrollo mayor.
Julio Lázaro, coordinador de los programas de Bienestar, explica que en la selección de los municipios que recibirían el primer embarque de vacunas se hico con base en varios criterios: la lejanía (por la logística que representa en el caso de la ultracongelación), el tamaño de la población (se está buscando inocular grupos o municipios completos) y el número de casos que han tenido.
“Los municipios de La Cañada son los que más casos registran de todo el estado. Ahí empezaron desde el principio, básicamente por la migración”, dice Julio Lázaro.
Guerrero es el sexto estado receptor de remesas en el país, después de Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Estado de México y Ciudad de México, que son entidades con mucha mayor población.
En 2020, durante la pandemia, este estado recibió mil 940 millones de dólares de remesas, que son los envíos de dinero que hacen los guerrerenses radicados en Estados Unidos a sus familias acá. En moneda nacional, fueron cerca de 40 mil millones de pesos, que representan el 63 por ciento del presupuesto aprobado por el Congreso del Estado para ese año. Y de acuerdo con el Banco de México, en el último trimestre del año, Guerrero tuvo la cifra más alta de remesas registrada desde que se hace este monitoreo, hace 17 años. De hecho, en el año de la pandemia, la entidad tuvo un aumento de 9.5 por ciento de remesas con respecto al año anterior.
Un dato que ilustra aún más la importancia de la migración en esta región pauperizada es la distribución de remesas por municipio: De los 81 municipios del estado, Tlapa ocupa el segundo lugar de recepción de remesas (casi 3 mil millones de pesos durante 2020). Solo es superado por Acapulco, que tiene una población 10 veces mayor que Tlapa.
Pero el costo de la sobrevivencia ha sido muy alto. Sólo durante la primera ola de covid-19 en Nueva York, la cancillería mexicana reconoció la muerte de, al menos, 594 migrantes. En julio, 250 de ellos regresaron a México en urnas, entre homenajes oficiales en ambos países, donde los calificaron de héroes por haber trabajado durante el confinamiento. Pero si aquí hay un subregistro de las muertes, entre los connacionales radicados en Estados Unidos es mucho mayor.
Por eso, lo que no cambia en el paisaje de la Montaña alta y la Cañada son los moños negros afuera de las casas.
El miedo
No es miedo a la vacuna, es miedo al gobierno, asegura Abel Barrera.
Explica: “Lo que la gente cree es que quieren es esterilizarlos, porque existen los antecedentes de campañas de esterilización. Aquí le han hecho implantes a las mujeres y no les han dicho nada, de DIU. Es real el miedo a la esterilización. Llegas en un contexto donde la gente tiene antecedentes de esterilización, tiene antecedentes de que nunca le das nada a la gente. ¿Por qué ahora me quieres vacunar si nunca me has dado nada?, que casualidad; o me quieres esterilizar o me quieres matar”.
Otro problema es la forma en la que ha llegado la vacuna, porque decidir de forma individual la aplicación de la vacuna es algo extraño para comunidades indígenas. Y con el apuro de realizar un gran operativo de vacunación masiva se obviaron cosas fundamentales para los pueblos, como el diálogo con las asambleas.
El el proceso de vacunación en la Montaña va lento. A la región llegaron más de 17 mil vacunas pero después de cinco días apenas se ha aplicado 60 por ciento de los biológicos. Y la gente ya no está acudiendo a vacunarse. En la tarde del sábado 20, se toma la decisión de ampliar a otros tres municipios el plan de vacunación.
Pero no deja de ser una paradoja, que las vacunas que en todo el mundo se están peleando, y por la que muchos no han dudado en «saltarse la fila» o pagar miles de pesos por biológicos falsos, aquí, donde no hay nada más, está en abundancia. Y la gente no quiere usarlas.
“No tenemos lo suficiente para poder ser privilegiados con la vacuna”, resume Germán Galeana, coordinador del Centro Integrador de Tlacoapa, mientras enlista lo que hace falta para poder vacunar a todos.
Razones no le faltan. En la cabecera municipal no hay internet, ni señal de teléfono, el banco más cercano está a dos horas en coche y los recibos de luz (que se va a cada rato) llegan con sobreprecio de hasta 11 mil pesos. Pero en el refrigerador de la casa-hospital tienen más de 500 vacunas esperando a que los más pobres, que nunca ha tenido nada, crean que nadie los quiere matar.
(Texto: Daniela Pastrana y José Ignacio De Alba. Fotos: Isabel Briseño. Red de Periodistas de a Pie)