López Obrador pasará a la historia como el peor presidente, pero eso sí, también como el más popular de la era moderna.
Es un fenómeno digno de tesis doctoral para los estudiosos de materias como sociología, comunicación, política y psicología de las masas. Porque tenemos que reconocerlo, a pesar de lo calamitosa que ha sido su gestión, no hay lógica que nos haga comprender cómo es que se mantiene con muy altos niveles de aprobación.
Sólo existen hipótesis, nada más.
Andrés Manuel ha hecho lo impensable en un mandatario: confrontar al país; acusar de traición a la patria a quienes ejercen la democracia; romantizar la miseria y la ignorancia; normalizar la corrupción e impunidad entre familiares, amistades y colaboradores; violentar la ley de manera sistemática y provocadora; mentir constantemente y sin ningún pudor desde el podio mañanero; defender a dictadores; proteger al hampa; fortalecer (por omisión o complacencia) a los capos de la droga; atacar a los medios y periodistas que le cuestionan y también despreciar a todas aquellas organizaciones sociales que son incompatibles con sus dogmas.
No obstante ello, México se sigue pintando de guinda.
Con el lopezobradorato, casi todos los indicadores de los factores clave del desarrollo están destruidos.
Aumentan: la pobreza (se suman más de 4 millones); la criminalidad en todas sus expresiones (más de 120 mil homicidios dolosos, 32 mil desapariciones y casi 3 mil 500 feminicidios); la corrupción e impunidad; la devastación de amplias extensiones de selva y bosque; la caza furtiva; el contrabando de especies en peligro de extinción; el huachicoleo y la pesca en zonas prohibidas.
Disminuyen: el apoyo a la educación, ciencia y tecnología; el respaldo a las asociaciones civiles, la atención médica y la seguridad social.
Y aun así, los barones del dinero y los gobernantes de otras corrientes políticas, se rinden a sus pies.
En este sexenio, AMLO puso a las fuerzas armadas a construir un aeropuerto bananero y un tren Maya cuyas vías arrasan extensas reservas arqueológicas y ecológicas que en cualquier otra región sería inconcebible; desapareció las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo y los refugios para mujeres.
A lo anterior, agreguemos que el crecimiento económico es menor al que se tenía cuando inició en el 2018 y que bajo su administración -todos los días- las mafias suman vastas porciones de tierra y toman el mando de un buen número de gobiernos municipales.
Al respecto, vale la pena recordar el informe elaborado por la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional, en el que se destaca que nos ubicamos en cuarto sitio de 193 naciones con más criminalidad, sólo superado por el Congo, Colombia y Myanmar, situación que a su vez nos coloca como el segundo en el continente americano.
¿Qué significa? Pues que aquí los grupos delictivos están entre los más poderosos y dominantes del planeta.
Según el precitado documento, las bandas de narcotraficantes se encuentran entre las más sofisticadas y establece que los cárteles controlan gran parte del territorio nacional ante la inacción del gobierno federal.
Sin embargo, la semana pasada los partidos de oposición fueron aplastados por Morena en cuatro Estados de la República.
Andrés Manuel López Obrador ya no es aquel luchador social que sembró esperanza en los corazones de un pueblo ofendido; hoy ha desaparecido por completo.
Rumbo a la recta final del lopezobardorismo, sólo podemos enlistar –en lo general- puros fracasos. Y aunque las mañaneras sean fuente inagotable de ocurrencias y disparates, o peor, de narrativas fragmentarias y discursos de odio, una abrumadora mayoría confía en él.
La evidencia del desastre está ahí.
Ahora falta que en el futuro se nos explique, con precisión y claridad, por qué millones de mexicanos se aferraron al caos.
Vaya desafío para los académicos e investigadores de México y el mundo.
@oscarabrego111
@DeFrentealPoder