Sí, López Obrador pasará a la historia como el presidente que dinamitó los cimientos sobre los que pudimos haber continuado la edificación de un México con instituciones sólidas.
No podremos. Él está obsesionado con la destrucción de aquello que sea incompatible con sus rancios dogmas y con la aniquilación de quienes se interpongan en sus intereses personales y de grupo.
Lo peor es que el daño continuará. Aún faltan dos años y medio para que concluya su calamitoso gobierno. Tiempo suficiente para satisfacer su sed de venganza y dar rienda suelta a su gusto por la devastación.
Ya lo he escrito en esta columna, Andrés Manuel ha hecho lo impensable en un jefe de Estado: rifar un avión presidencial que no se sorteó; construir un aeropuerto inservible -clase bananero- al que ya se le conoce como ‘aeromuerto’ o ‘central avionera’; inaugurar la refinería Dos Bocas con apenas un 40% de avance estructural; mancillar la dignidad de las fuerzas armadas; confrontar al país; acusar de traición a la patria a quienes ejercen la democracia; romantizar la miseria y la ignorancia; normalizar la corrupción e impunidad entre familiares, amistades y colaboradores; violentar la ley de manera sistemática y descarada; mentir constantemente y sin ningún pudor desde el púlpito mañanero; defender a dictadores; proteger al hampa; fortalecer a los capos de la droga; atacar a jerarcas y sacerdotes de la iglesia católica, medios de comunicación y periodistas que le cuestionan, y también despreciar a todas las organizaciones de la sociedad civil que le resultan incómodas.
Y es que a López Obrador lo que verdaderamente le interesa es la sucesión. La elección del 2024 lo mantiene tan inquieto y ocupado que ni siquiera le importa el luto de más de 121 mil familias -en lo que va de su sexenio- a causa de la violencia, ni el drama de más de 30 mil madres que lloran la desaparición forzada de al menos uno de sus hijos.
Bajo su mandato, nuestra tierra se convirtió en un charco de sangre; sin embargo, esto no se encuentra entre sus prioridades. Lo suyo es impedir que la alianza Va por México le arrebate la posibilidad de garantizar impunidad para los suyos mediante la colocación de Claudia Sheinbaum o Adán Augusto López en Palacio Nacional.
Y si para ello tiene que colgar cortinas de humo en el escenario local o internacional, lo hará sin mesurar las consecuencias. De lo que se trata –sin duda alguna- es provocar la distracción colectiva a fin de alejar la atención del dolor que sufren millones de personas y del terror que padecen comunidades enteras debido al sometimiento de las mafias delictivas.
Hay algo en el comportamiento de Andrés Manuel que debe preocuparnos. Cada vez disfruta más de su ventajosa condición. Sin líderes políticos o sociales que le topen, y partidos opositores disminuidos por su propia mediocridad, el presidente goza de la inmunidad que le brinda ser el hombre más poderoso de la nación.
Hoy embiste al dirigente del PRI, amaga públicamente a exmandatarios que le antecedieron como Enrique Peña Nieto, y también opera un plan para cerrarle el paso al canciller Marcelo Ebrard.
No está desesperado, como muchos suponen. Sólo está concentrado en su guillada realidad.
Por eso le da lo mismo insultar a la comunidad judía que lanzar una ridícula arenga para que se “desmonte” la Estatua de la Libertad si Estados Unidos condena a pena máxima al fundador de Wikileaks, Julian Assange.
A quienes fuimos lopezobradoristas y votamos a favor de sus causas de antaño, nos avergüenza admitir que ya no mide el alcance de sus actos ni calcula la dimensión de sus proclamas.
Está fuera de sí.
@oscarabrego111
@DeFrentealPoder