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Las infundadas críticas a la BRI

Por Aníbal Carlos Zottele Allende (*)

MÉXICO (Xinhua).- Cuando en el año 2013 el presidente Xi formuló las bases de la gran Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, siglas en inglés), aún la región de América Latina y el Caribe (ALC) no estaba incluida explícitamente en esta propuesta. Sin embargo, existen antecedentes que fueron alimentando la posibilidad de la inserción de nuestra región.

Ya en 1565, con el inicio de la Nao de China que surcó el oceano Pacífico entre los puertos de Manila y Acapulco, se pudieron apreciar las grandes oportunidades económicas a partir del intercambio de productos originados en diversas áreas de China, India y otras regiones de Asia hacia el primer puerto citado, y el retorno de esas naves con los bienes producidos en el continente americano. Pero no solo fueron productos los que se generalizaron con este periplo que culminó en 1815, la Nao también fue el gran vehículo para el intercambio de personas y de culturas expresadas en el conocimiento de las diferentes experiencias gastronómicas, artísticas, artesanales y de medicina tradicional.

En la actualidad, a través de la BRI, ALC consolidó un vínculo más sistemático y profundo con China. Ello incluye no solo la conocida expansión del comercio recíproco. Además, destacan las contribuciones de China al desarrollo de infraestructura imprescindible para el progreso de nuestras naciones, así como las inversiones en manufacturas y servicios.

Desde 2017, con la incorporación de ALC a la BRI, estos emprendimientos crecieron en forma acelerada en las actuales 22 economías que firmaron el memorandum de integración.

La actualización de los sistemas ferroviarios, portuarios, la construcción de carreteras estratégicas, el progreso en la comunicación digital, están facilitando el acceso de amplias áreas latinoamericanas para el intercambio comercial, cultural, y de movilidad de las personas a niveles antes desconocidos.

El hegemonismo occidental percibe que la BRI es una alternativa de cooperación racional y eficiente en la mayor parte del mundo. Especialmente EE. UU. y la Unión Europea (UE) no están en posibilidades de ofrecer opciones frente a esta propuesta. Es notoria la decadencia en materia de competitividad respecto a la producción de mercancías y servicios con relación a China y a otros países del orbe.

Por lo tanto, utilizan una de sus herramientas preferidas, la de identificar a China como portadora de propuestas inconducentes, o realizadas solo para su propio beneficio. Estas descalificaciones son falsas desde su origen. Han sido y son las políticas occidentales las que establecieron los sistemas coloniales, las dictaduras militares, y los modelos económicos que provocaron dependencia y marginación.

La falta de autocrítica de EE. UU. y sus aliados respecto a sus propias gestiones en otros países, que aún hoy presentan como natural las ocupaciones de continentes enteros (como se han verificado en el caso de África en los siglos XIX y XX, y de vastas regiones de Asia y de ALC), es una característica de esa concepción eurocentrista. Esa línea de pensamiento continúa vigente entre las demás naciones, quienes crecientemente cuestionan su accionar y reclaman por un mundo multilateral.

En fechas recientes intentan generar planes alternativos a la BRI. Esos programas muestran que, en general, los intereses del pueblo latinoamericano respecto a Europa occidental y EE. UU. han transitado por diferentes caminos. Las propuestas B3W y Global Gateway surgieron como intentos de respuestas parciales y sesgadas que tienen como único interés limitar el alcance de la BRI, una magna iniciativa que ofrece la posibilidad de cooperacion entre todas las naciones del planeta.

Algunas de las notables ventajas de la BRI son el estricto apego a los beneficios directos e indirectos que se evalúan según el proyecto elegido por cada país. Ello significa que China no otorga (o deja de otorgar) un financiamiento según las preferencias ocasionales de los gobiernos de turno. Es una gran diferencia respecto al Build Back Better World y su propuesta europea Global Gateway. Esta última establece seis principios: la promoción de los valores democráticos, las infraestructuras no contaminantes, la buena gobernanza y transparencia, las relaciones entre iguales, la seguridad y la catalización de la inversión privada.

Son ampulosas definiciones, contienen la sesgada idea eurocentrista acerca de lo que se entiende como democracia, transparencia, protección del ambiente; y son todas definiciones que se utilizan a través de una política «de doble vara», según la cual democráticos o protectores del ambiente son quienes apoyan los intereses económicos y políticos de las grandes empresas occidentales.

Por otra parte, no solo no está incluido un inmenso número de países en las ofertas de infraestructura, sino que los propios actores occidentales han puesto en duda la capacidad de la UE de movilizar semejante suma de capital en tiempo suficiente para demostrar su compromiso real.

Al respecto, las propuestas de creación de importantes obras de infraestructura en sus propios países se han postergado durante décadas y en la actualidad buena parte de esas economías están con dificultades para implementar procesos de modernización, mientras muchas de sus conexiones ferroviarias, portuarias, sistemas de carreteras muestran obsolescencia técnica y deterioro de sus estructuras.

Las metas trazadas respecto a la protección del ambiente son exigidas por el hegemonismo, a otras partes del mundo, en tanto paulatinamente la UE y EE. UU. retroceden en su retórica acerca de la materialización de una economía verde, libre de las principales causas del deterioro ambiental. Ya es admitido que se prolongará el uso de carbón, de energia nuclear y otras fuentes contaminantes, mientras que la Agenda 2020-2030 de ONU se convierte en papeles de buenas intenciones, que no serán respetados por los principales impulsores.

Resulta paradójico que quienes más han influenciado a través de sus inversiones, diseños de políticas e iniciativas de desarrollo en el mal desempeño de las naciones de ALC respecto a la distribución del ingreso, a los bajos niveles de los servicios esenciales para la población e inclusive respecto a los sistemas administrativos, reclamen sobre la «negativa» incidencia de China.

Como se ha indicado, China no establece requisitos políticos para cooperar con cualquier país, se conocen situaciones notables de bruscos cambios de signo político en una nación sin que ello haya significado el incumplimiento de alguno de los acuerdos establecidos entre ese país y China. Por lo tanto, son infundadas las acusaciones occidentales acerca de las intromisiones de China en alguna nación por razones de cualquier naturaleza.

Por el contrario, todas las propuestas procedentes del Occidente desarrollado son subordinadas a la incondicionalidad tal como se aprecia en la historia contemporánea. Al respecto, desde la Doctrina Monroe elaborada en 1823, que estableció el principio de América para los americanos, en realidad se consolidó a lo largo de sucesivas décadas como la herramienta de EE. UU. para justificar intervenciones de distinta naturaleza en ALC. En el siglo XX, el Plan Marshall y la Alianza para el Progreso, fueron dos ejemplos del carácter antidemocrático de los programas de desarrollo de origen estadounidense.

En décadas recientes es conocida la intervención directa de gobiernos y empresas de ese país en los golpes de Estado que se instauraron especialmente desde los años 60 del siglo anterior con persecuciones, detenciones, torturas y distintos tipos de utilizaciones del poder público, que han sido reconocidos internacionalmente como delitos de lesa humanidad.

Las críticas infundadas a la BRI contrastan con los extraordinarios resultados que ya pueden exhibir distintos países signatarios. El cumplimiento de los diez años desde la creación de la mayor iniciativa propuesta por país alguno en la historia contemporánea, bajo el concepto de generar una comunidad de futuro compartido para la humanidad, es un motivo de celebración para nuestros pueblos.

 

(*) Economista, profesor universitario y experto en temas de China y América Latina. Con una amplia trayectoria en la enseñanza, la investigación y la consultoría en economía y relaciones internacionales. Coordinador del Centro de Estudios China-Veracruz (CECHIVER) de la Universidad Veracruzana, en México, desde 2008 y profesor de las cátedras de Economía contemporánea de China e Historia de China, de la Maestría en Economía y Sociedad de China y América Latina de esa casa de altos estudios desde 2014. Secretario Técnico del Consorcio Mexicano de Centros de Estudios APEC desde 2020 y Consejero Honorario del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Changzhou, en China. Director del Research Center For a Community With Shared Future in Mexico y Consejero honorario y presidente del Capítulo Veracruz de la Cámara de Comercio de México en China (MEXCHAM). Ha sido director y coordinador de varios centros o programas de estudios universitarios, así como consultor de organismos internacionales como el Banco Mundial y la Organización Panamericana de la Salud.

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