Por Carlos Martínez Macías
Mientras estudiaba la prepa, tomé un curso de contabilidad. Durante una de sus charlas, nuestro veterano profesor, que era un costal de anécdotas que disparaba a la menor provocación, nos hizo el siguiente relato:
En cierta ocasión, un empresario necesitaba contratar un contador. Tenía tres candidatos para el puesto y los citó por separado para hablar con ellos.
Pasó el primero y le hizo la siguiente pregunta: “¿Cuánto es dos más dos?”.
Asombrado, el profesionista de los números, simplemente respondió aprisa: “Cuatro”.
El dueño de la empresa le dio las gracias y prometió hablarle si era el elegido.
Tocó el turno al siguiente aspirante y el “examen” se repitió: “¿Cuánto es dos más dos?”.
Esta vez el candidato al puesto, tomó con mucha seriedad la evaluación. Hizo la suma en un papel, luego utilizó una sumadora con carrete de papel y después entregó ambos resultados engrapados al director y dio además la respuesta con voz firme: “Cuatro”.
Prometió llamarle si era el seleccionado.
Finalmente pasó el último contador. La evaluación se repitió y el hombre, en lugar de responder, hacer cuentas o utilizar una sumadora, se levantó del asiento, puso seguro a la puerta, corrió las cortinas y se acercó al empresario para decirle en voz baja al oído: “¿Cuánto quiere que dé?”…
Traje esta historia a colación, porque esto parece suceder con las decenas de encuestas que circulan por el país, que muestran resultados completamente distintos y por lo mismo, es difícil confiar en ellas.
No pretendo poner en duda ninguna firma en particular, pero los resultados “atravesados”, por decir lo menos, que exhiben algunas casas encuestadoras, hacen que se ponga en duda el valor de este tipo de ejercicios para conocer tendencias o el momento que vive el proceso electoral.
De acuerdo con especialistas, una encuesta bien aplicada, debe cumplir con ciertos parámetros técnicos para que arroje un resultado estadístico que pueda ser procesado a partir de la información recabada.
Por ejemplo, un universo considerable de encuestados, para contar con una muestra representativa
La mejor fórmula es la que se realiza en las viviendas, cara a cara, y la tradicional es de 400 encuestas; pero el margen de error en su confiabilidad se reduce conforme aumenta el número de encuestados. Es decir, podría ser una muestra de mil 200 o hasta dos mil.
Pero también hay que tomar en cuenta que una encuesta debe seguir el criterio de la representatividad. Por ejemplo, si un municipio a encuestar tiene 400 secciones electorales, debe tomarse una muestra representativa de 50 secciones y ahí elegir las colonias donde se aplicará el ejercicio.
Existen también las que se aplican vía telefónica, que son menos confiables. Regularmente se aplican en telefonía celular, ya que teléfonos fijos son cada vez más escasos.
Luego siguen encuestas robotizadas o digitales de opción para quien conteste con una simple respuesta en el celular.
En los tiempos actuales, las encuestas cara a cara son cada vez más complejas. Un buen número de los ciudadanos viven en cotos que hay que sortear para aplicarlas, también está el tema de la inseguridad y por último la apatía de la gente a responderlas.
Por eso, una encuesta seria debe mostrar la vitrina metodológica mediante la cual fue aplicada y dejar claro el margen de error. Eso suponiendo que se ajustó al rigor técnico de la muestra y representatividad que ya mencionaba.
El problema del tiempo electoral, es que muchas empresas actúan con cálculo político, se mueven por dinero o una combinación de ambas.
La encuesta es una herramienta valiosa, pero debe ajustarse a rigores científicos para que pueda ser útil, de lo contrario será una estrategia más de propaganda o una caricatura que se venda al mejor postor… como el cuento del tercer aspirante a contador, que estaba dispuesto a que dos más dos, no sumaran cuatro.