Una de las obligaciones supremas del líder consiste en forjar liderazgos. Un verdadero líder es consciente de que entre sus tareas fundamentales se encuentra la de crear condiciones para el surgimiento de nuevos líderes. Más aún, un líder entiende que su fortaleza al interior de un grupo u organización depende, en gran medida, de la integración de más líderes que coadyuven a la consolidación de un proyecto.
El líder suma y multiplica gracias a la incorporación de liderazgos que comparten una misma visión. Cuando lo impide, sólo da para restas y divisiones.
Pero entre las características más significativas que el auténtico líder desarrolla, hay una que sobresale entre las demás: sabe cuándo tiene que guiar a sus seguidores; pero ante todo, intuye cuándo debe dejar que su equipo lo lleve. Sí, la intuición es la clave.
Por supuesto, lo anterior impone la fusión de dos principios que pocos cultivan en el implacable mundo de la política: humildad y valentía.
Estos valores facilitan el reconocimiento en otros miembros del carisma y el talento.
Entonces, quien asume la función de líder, con el tiempo aprende a distinguir entre quienes poseen, o no, las habilidades suficientes y competencias necesarias para inspirar y cohesionar a un grupo.
Así las cosas, para un líder que a diario camina sobre arenas movedizas, la confianza se vuelve –paradójicamente- un valor peligroso. Y es que hay que admitirlo, confiar es casi imposible cuando la traición y la mentira son la constante en la tragicomedia del poder.
Por ello el líder genuino comprende que la cautela es una buena forma de mitigar riesgos. Sin embargo, sabe que la toma de decisiones es un asunto ineludible.
El líder está para eso, para dirigir y decidir. Para abanderar causas y procurar la victoria, pero también para hacerse responsable de los fracasos y sus equivocaciones.
De ese tamaño es el desafío que tiene por delante Enrique Alfaro.
Para empezar -ya se ha escrito en este espacio- reconozcamos que nadie, ni siquiera sus detractores y adversarios, está en condiciones de regatearle el mérito de haber construido, prácticamente de la nada, una poderosa estructura electoral.
No puede entenderse el crecimiento de Movimiento Ciudadano sin su liderazgo y la tremenda capacidad que todavía conserva para acordar con diversos grupos e integrar cuadros competentes.
Nos agrade o no su peculiar estilo personal así como las gigantescas deficiencias de su gestión, hasta hoy ha sabido sortear las vicisitudes propias de encabezar la expresión partidista local más importante de la última década.
Pero como la vida misma, la historia se escribe con capítulos que inician y que concluyen. Todo es fugaz, efímero. Todo comienza y también concluye. Así ocurrirá, de modo inevitable, con el alfarismo.
Esto viene a cuenta en virtud de que la carrera por la sucesión en Jalisco está en marcha, y por lo visto, cualquier esfuerzo por detenerla será inútil.
Sobre el particular, conviene hacer algunas reflexiones. En los meses recientes todos los sondeos de opinión –hasta los realizados por firmas de sospechoso origen– arrojan un dato consistente: Pablo Lemus es el mejor perfil con el que cuenta MC para contender en las elecciones del 2024.
No obstante ello, Alfaro, en una especie de maniobra mediática de pronóstico reservado, ha abierto la probabilidad de más contendientes. Ha citado incluso a funcionarios que nomás conocen en el gobierno, lo que sugiere que la intención en esa estrategia es la de enviar al alcalde de Guadalajara la señal de que no tiene garantizada su postulación.
Al respecto, dejando a un lado a quienes se auto promueven, yo sólo veo a dos opciones reales en caso de que Pablo y Enrique ingresen a una zona de conflicto irreversible: Clemente Castañeda y Salvador Zamora.
De cualquier manera, creo que si Alfaro Ramírez lo que desea es trascender como un hombre de Estado, como todo político que ha alcanzado la cúspide, debe tomar el sendero de la objetividad a fin de evitar cometer un yerro de proporciones mayúsculas.
El proceso que se avecina no será un paseo en las nubes. Las encuestas demuestran que el emecismo no atraviesa por un momento ideal. De acuerdo a las mediciones actuales, los números indican que la inconformidad aumenta en el ánimo de un buen porcentaje de la población. Es decir, los feminicidios, las desapariciones forzadas y homicidios dolosos, le cobran factura a esta administración.
Enrique Alfaro es el líder moral en Jalisco del movimiento naranja, lo que lo convierte en el gran elector al interior de su partido.
Por eso, si se deja convencer por los susurros de personajes que únicamente satisfacen sus apetitos eróticos y financieros a costa de su investidura, podría cometer el error más grande de su carrera política.
@oscarabrego111
@DeFrentealPoder