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El retorno del “Pirata”


No le guardo rencor. Al contrario, comprendo totalmente al toro y su misión en este mundo: la de coger”. Juan José Padilla, Olivenza, marzo del 2012. 

Por Ricardo Sotelo 

Pocas historias en la tauromaquia pueden presumir el título de imborrables. Si bien, las crónicas de sangre resultan atractivas al lector, hay algunas que sin tener un destino trágico llegan a rozar la inmortalidad. En octubre del 2011, Juan José Padilla (Jerez de la Frontera, 1973) fue herido de gravedad por el toro “Marqués” de la ganadería de Ana Romero en la Feria del Pilar de Zaragoza. 

El reporte médico indicó desprendimiento y desgarre del globo ocular y arrancamiento del nervio facial izquierdo, sin posibilidades de reconstrucción. En términos populares, el diestro había quedado sordo y ciego de la mitad de la cara. Cornada mortal por naturaleza.

La imagen dantesca expone cuadro por cuadro como el cuerno derecho del toro entra por el oído de Padilla y sale por el ojo izquierdo ante la incredulidad de los asistentes. A su paso, el pitón se encontró con nervios, músculos e incluso masa encefálica, hasta llegar al sentido de la vista. 

Tras varias horas en la enfermería, la pregunta no era si podía o no volver a los ruedos, sino encontrar la manera de salvar su vida. Para reafirmar su condición de figura y la descendencia de caballero, Padilla volvió en sí; recuperó la vitalidad y en menos de dos meses ya estaba en su casa tras 8 operaciones. Sin embargo, su rostro no volvería a ser el mismo, y al sentirse sordo e impotente de abrir el ojo izquierdo optó por cubrirlo con un parche a la vieja usanza. La imagen ya era la de un pirata.

Ahora la misión era otra, retomar la idea de seguir en el camino de la tauromaquia o poner el punto final a su carrera. Juan José decidió lo primero.


La rehabilitación fue extensa y durante 9 meses asistió a terapias no solo físicas, sino emocionales y sin dejar la preparación que conlleva ponerse el traje de luces. Reapareció un año después y lo hizo con el aplomo que requiere la profesión. Así que los triunfos llegaron por toda España y después Francia, Colombia, Perú y México. Su antiguo apodo del “Ciclón de Jerez” había quedado atrás, ahora era el “Pirata” Juan José Padilla. 

Su última tarde fue en la Monumental plaza de toros “México” el 16 de diciembre del 2018 ante una pobre entrada en el coso capitalino, que vio al llamado “tres veces héroe”, al “hombre que fue y vino del infierno” escribir el epílogo de su carrera. Una oreja en su despedida y después el ansiado regreso a Sanlúcar para vivir lo que resta en paz, con la tranquilidad que brindan los años y ya sin el miedo de que llegue el domingo para enfrentarse a la muerte. La hazaña había culminado.

Pero en el mundo de la tauromaquia existe el mal de montera, y ese ataca no sólo a los aficionados, sino a todos los involucrados en la fiesta, incluidos los toreros. Algo que Padilla lo está viviendo en carne propia.

A un año y medio de su retiro, el diestro sufre de una aguda depresión y se encuentra desecho moralmente, con todo y el equipo médico que tiene a su alrededor. Se sabe que no aparece en actos públicos y hay días que ni siquiera sale de su propio cuarto, en el cual guarda todos los trofeos que ganó en los 25 años de trayectoria. 

Hoy, su familia y su círculo más cercano de amigos se han reunido para tratar de ayudar psicológicamente al matador, pero su respuesta sigue siendo la misma desde principios de año: quiere volver a torear. 

Esta incompresible postura replantea la naturaleza del ser humano en todas sus aristas, y es que una vez que se llega al objetivo sólo resta disfrutar de lo hecho y dejar la responsabilidad en los nuevos prospectos. Aunque en los toros, el hecho de disfrutar también se conjuga con el miedo de sentir la muerte. Saber que se puede triunfar a cada tarde en que se juega la vida. De ahí aquella frase inmortal del maestro José Tomás, “vivir sin torear no es vivir”.

Ante esta situación llena de incertidumbre, sólo resta esperar el llamado del “Pirata” y saber si volverá a vestirse de luces para bien morir delante del toro o seguir acrecentando su mito, el cual ya roza la inmortalidad. Estas extrañas y místicas circunstancias que sólo él sabe, nos obligan a retomar las palabras de Miguel de Unamuno, aquel que señaló que “sólo se comprende la vida a la luz de la muerte”. Y es que Juan José Padilla, quizá ya sabe lo que hay detrás de ese umbral y su deseo es llegar hasta ahí, por última vez. 

• Paralelo 20

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