Nunca he utilizado los espacios en los que participo para escribir sobre el Consejo Económico y Social del Estado de Jalisco, pero en virtud de que en breve me retiraré de este organismo, quiero dejar evidencia de mi postura a su muy probable –quizás inevitable- desaparición.
El Cesjal, paradójicamente, goza de un alto reconocimiento nacional e internacional. Tan sólo hay que recordar que estados como Nayarit, Aguascalientes, Zacatecas y Michoacán, buscaron crear sus propios consejos económicos basados en nuestro modelo, pero no pudieron lograrlo ante la dificultad de alcanzar acuerdos entre las distintas representaciones que los integrarían, cosa que continúan lamentando; mientras que en países con añeja experiencia en estos temas como España, Argentina y Brasil, por ejemplo, lo consideran un órgano ciudadano ejemplar por su solidez orgánica y alta productividad y calidad en materia de estudios y recomendaciones; sin embargo, en casa, es decir, en Jalisco, ha sido blanco de toda clase de ataques sin sustento y conspiraciones orquestadas en restaurantes y oficinas del sector público y privado.
¿Por qué? Es difícil saberlo en realidad, aunque tengo algunas hipótesis y otras evidencias que no daré a conocer hoy, pero que sí haré en su momento. Por lo pronto, lo que sí puedo exponer es que como consejero y después como secretario general, atestigüé cómo algunos personajes –dentro y fuera de la institución- buscaron a toda costa imponer sus criterios particulares o controlar el presupuesto.
No obstante lo anterior, el Cesjal tuvo su gran momento, al menos durante cuatro años. Y para poner tan sólo unos casos, basta mencionar su participación directa en la reforma a la Ley de Transparencia, en la de Protección de Datos Personales, en la implementación del Sistema Estatal Anticorrupción o en la reforma de la Ley de las APP´s; así como en la elaboración de diagnósticos de suma trascendencia como el de los rastros metropolitanos, el de la brecha salarial entre hombres y mujeres en Jalisco y el de percepción de la corrupción en el estado.
Sólo así es que podemos comprender porqué de pronto se volvió un organismo tan apetitoso para quienes buscan satisfacer sus necesidades protagónicas mediante la conquista de su presidencia. ¿Quién, en su sano juicio, querría presidir un Consejo inútil e inactivo?
Lo señalo con toda responsabilidad, al Cesjal no se le puede cuestionar ni por sus resultados recientes ni por la transparencia en el ejercicio de los recursos económicos que recibe; este organismo ha sido auditado como ningún otro y jamás se le ha encontrado nada digno de señalamiento y ni mucho menos algo que amerite sanción; no así lo concerniente a su conformación y reglamento interior, pues es lo que ha generado las disputas internas entre los consejeros y ha provocado vacíos normativos.
Por eso he sostenido desde hace años que el formato que le dio origen debe ser transformado con el propósito de que haya un mayor rigor en la selección de consejeros y directivos del Consejo. Pienso que a lo largo de la historia de esta institución, algunos miembros distorsionaron su función y lejos de colaborar propiciaron un ambiente de grilla que no se pudo desterrar por completo.
Así las cosas, bien vale la pena hacernos una pregunta: ¿es posible lograr que el Cesjal recobre la ruta que ya había tomado para volver a incidir en la vida pública de Jalisco?
Yo quiero ser optimista y pensar que sí. Sin embargo, es preciso hacer un alto en el camino y que todos realicemos un ejercicio de reflexión objetiva para que cada quien asuma sus responsabilidades y compromisos.
Seamos claros, este órgano ciudadano y autónomo está en crisis de percepción pero no institucional; es víctima de chismes, de falsos trascendidos y de la política barata.
Por eso es la hora de la definición. Se reforma al Cesjal o se le deja morir.