Por Carlos Martínez Macías
Era un tipo extraordinario. Orejón, vientre abultado, pícaro y con una lengua suelta e ingeniosa, que era imposible no convertirlo en el entrevistado de cada día.
Vivíamos tiempos complejos, del partido único que dominaba el escenario nacional en todos sus aspectos.
En la política, en el sector empresarial, en la presión a los medios de comunicación, por eso que existiera un tipo tan desparpajado y ocurrente como el diputado panista Sergio Rueda Montoya, era poco menos que una bendición para las aburridas jornadas en el poder legislativo.
Sucedió que una vez, el avispado legislador, subió a tribuna y comenzó una perorata sobre el mal gobierno. Luego calificó de inepto al gobernante federal y dio lectura a un texto donde criticaba al primer mandatario, a quien calificaba como traidor, que más o menos rezaba así:
“Por haber traicionado los principios con los cuales burló la fe del pueblo, y pudo haber escalado el poder; incapaz para gobernar, por no tener ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la Patria por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean sus libertades, por complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan”.
Un atolondrado diputado priísta, encendido de furia por los ataques al presidente de México, obviamente de su partido, salió en defensa de su gobierno y atacó ferozmente a Rueda Montoya.
Pero el diputado panista, con su sonrisa burlona de siempre, saltaba satisfecho de que, por la veleidosa política, alguien hubiera caído en la trampa. Se disculpó con su compañero de legislatura y le aclaró que no había atacado al presidente.
Que únicamente había dado lectura a un fragmento del Plan de Ayala, a propósito de un aniversario más de su promulgación el 28 de noviembre de 1911…
En los azarosos terrenos de la política en el país, es muy común que un personaje diga una cosa en cierta ocasión y que sin rubor alguno diga otra distinta pasado el tiempo, ya sea porque olvidó lo que dijo o, la más de las veces, porque ya no le conviene sostenerla.
Hace unos días cayó en mis manos un video de Samuel García, hoy gobernador de Nuevo León.
No tenía yo referencia de ese largo mensaje de diez minutos, que en las redes sociales difundía el joven político neoleonés. Aquí, Samuel García hace una dura crítica al gobierno de la 4T, ya que cuenta que Petróleos Mexicanos es poco menos que un barril sin fondo.
Cuestiona las equivocadas decisiones del gobierno federal con el aeropuerto de Texcoco, la refinería de Dos Bocas y su pleito con las calificadoras internacionales que van a orillar a que se frenen las inversiones.
Advierte que una idiotez más, una ocurrencia más y la economía de México se iría a los suelos.
Hace una severa crítica a Pemex y sus riesgos, además del desconocimiento de numerosos contratos internacionales ya firmados. Revela que Pemex dio a conocer documentos delicados de sus finanzas para que las calificadoras destrocen a la paraestatal.
Califica como idioteces las del gobierno de López Obrador y lanza un mensaje final al presidente, de que no se vale que con las obras incluido el “méndigo tren maya”, no acepte sus errores y culpe de todo al neoliberalismo, al PRIAN y a Lozoya. Le pide que acepte sus culpas, respete a la constitución y el estado de derecho.
Confieso que me emocioné con el mensaje de Samuel y sus argumentaciones… hasta que me di cuenta que era un video antiguo, de cuando era senador y buscaba ser candidato a la gubernatura.
Los nuevos videos son distintos. Dice que su estado es el consentido del gobierno federal, que le agradece por tantos apoyos y que López Obrador está haciendo un buen gobierno.
Para poder entender este viraje, ni modo, me tuve que remitir a una frase de los tiempos del PRI cuando eran el partido único y salían el paso a estas conveniencias: “antes como antes y ahora como ahora”.