Escribir de Enrique Alfaro, es comprar un boleto para una rifa en la que ya sabes que vas a perder, pues serás etiquetado. Pero ahí va:
Como en la película de Terminator cuando Sarah Connor advierte que se acerca una tormenta para la humanidad, en Jalisco se avecinan tiempos de oscuridad si Enrique Alfaro mantiene su posición fundamentalista.
El alcalde con licencia de Guadalajara, ha sufrido una completa transformación en su forma de visualizar los asuntos públicos al grado de suponer que solamente es a través del color naranja como eventualmente se puede ver la realidad.
De su pasado en las filas del PRI en el que le tocó ver de cerca la primera derrota a manos del PAN —estaba en el equipo de Eugenio Ruiz Orozco—, o su descalabro como candidato priísta a la alcaldía de Tlajomulco también frente al blanquiazul, nada menciona su biografía oficial.
En las ocasiones en que ha cometido errores como el viaje realizado a Cuba, no le alcanzó la humildad para aceptar su equivocación y ofrecer disculpas; al contrario, culpó a los adversarios políticos de magnificar los hechos.
Le ha sucedido también con el deslinde en su momento de Emilio González Márquez como su gran operador de la campaña pasada a la gubernatura, pese a que cercanos colaboradores han reconocido el apoyo recibido por Emilio.
Figuran además sus reiterados enfrentamientos con los medios de comunicación a quienes mide con el mismo rasero y se ha ido de bruces al confrontarlos de una pésima forma dejando poco margen para una salida decorosa.
En su mundo, ha repetido los errores tantas veces cuestionados a los gobiernos priistas de favorecer a los amigos con contratos millonarios, con el argumento que son gente de toda su confianza.
Ahora bien, al frente del gobierno municipal realizó una buena gestión con los espacios abiertos y con la limpieza de vendedores ambulantes aunque esto tuviera la dedicatoria hacia el PRI para combatir su corporativismo clientelar, lo que al final de cuentas benefició a los ciudadanos.
Prácticamente desde su arribo a la alcaldía, las encuestas lo han colocado como el favorito para ganar la gubernatura frente a un PRI desdibujado con el lastre —hace seis años fue factor decisivo del triunfo— de la imagen de Enrique Peña Nieto.
Enrique Alfaro encarna el mejor perfil de un candidato de oposición: peleonero, hábil para el manejo verbal y con un respaldo de estrategas políticos que habrá que reconocer han hecho bien su marketing.
Sin embargo, la gran preocupación es la interrogante sobre su condición de gobernante para la entidad.
Gobernar a los jaliscienses implica ser incluyente y eso significa atender a quienes te apoyaron y a quienes no lo hicieron.
La administración pública no es un ruedo donde el mandataria esgrima la espada y libre batallas a diestra y siniestra calificando y fabricando enemigos a criterio propio. Jalisco no puede soportar otro gobierno personalista como el de Emilio o en el que prive la estridencia.
La violencia ya está en las calles y no puede fomentarse desde el gobierno con descalificaciones simplonas, para reducirnos a un maniqueísmo desde el ejercicio del poder.
Cuando Alfaro viajó a Cuba para en un avión privado y con un grupo de amigos para invitar a Silvio Rodríguez para que se presentara en Tlajomulco, cuestioné en este espacio el error.
Solo hubo uno de sus cercanos colaboradores que me llamó y me dijo que entendían la lección.
Repito el final hoy de aquella columna porque sigue vigente:
Espero que por el bien de Jalisco Enrique recupere pronto la serenidad, ecuanimidad e inteligencia que en lo personal siempre le he reconocido y que hoy lucen tan extraviadas como el unicornio azul de Silvio.
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