Creo que soy de los pocos –quizás muy pocos- que coinciden con el gobernador en la necesidad de refundar Jalisco. Y aunque me parece que hacerlo desde un enfoque jurídico-partidista vicia el propósito, lo cierto es que todos los indicadores nos demuestran que nuestro modelo de convivio social, político y económico está agotado.
Recordemos que la refundación es un proceso, es la consecuencia de modificar algo de manera significativa y profunda. Desde esta perspectiva, pienso que Enrique Alfaro tiene razón. Hay que rehacer la forma en que nos relacionamos los unos con los otros y el modo en que se elaboran las políticas públicas y se ejecutan los planes de gobierno.
Si bien es cierto que Jalisco ha dado importantes pasos hacia adelante en diversos ámbitos –en especial el tecnológico y agroalimentario-, también es verdad que figuramos como una de las entidades más violentas y corruptas de México.
A lo anterior habrá que agregar que la coyuntura histórica en la que nos encontramos, acaso y sólo se presta para deliberar–en un marco de incluyente pluralidad- sobre las opciones que tenemos para mejorar nuestra calidad de vida, pero no para crear una nueva Constitución.
Y esto es justo lo que al parecer ya comprendió Alfaro Ramírez, quien admitió que el procedimiento que deberá seguirse para la creación de una nueva Constitución local y las reformas en la legislación secundaria, podría llevarse al menos la mitad del actual sexenio.
Considero que antes habría que valorar si las condiciones actuales son propicias para provocar un amplio debate sobre el asunto. En lo personal me parece que no, y es que advierto que ni siquiera entre las distintas células políticas, académicas, patronales, sindicales y de la sociedad en general, se comprende bien a bien qué quiere decir este gobierno cuando habla de la refundación de Jalisco.
No se entiende por varios motivos. Uno de ellos es que de por sí el tema es complejo, sobre todo cuando la atención del ciudadano común se centra más en lo inmediato, como lo es la inseguridad, la falta de oportunidades laborales o las pésimas condiciones en que opera el transporte público.
Otro punto es que a nivel mediático han sido mucho más potentes –por ejemplo- el meme del claxon y las noticias relativas a la desaparición del Instituto Jalisciense de las Mujeres o el IJAS, en comparación con el desangelado acto protocolario del pasado 5 de febrero, cuando el gobernador lanzó la propuesta de instalar un Congreso Constituyente para elaborar una nueva Constitución estatal.
Así las cosas, la refundación de Jalisco será muy poco atractivo para los ciudadanos si antes no se construye un discurso que capte el interés general y para ello valdría la pena primero buscar la reconciliación entre los protagonistas del poder público y privado.
Sin reconciliación jamás habrá condiciones favorables para la refundación. Y es que cuando hablamos de reconciliación nos referimos al restablecimiento de la concordia y el respeto entre todas las partes involucradas en un proyecto de tal envergadura.
Seamos francos, por ahora prevalece la imposibilidad de sacar adelante la llamada refundación en virtud de que no hay consensos ni un ambiente que lo permita; para lanzar un llamado a la refundación, conviene que sea el propio mandatario el que convoque a la reconciliación del Estado a partir de un actuar sereno y prudente. De no ser así, y de no lograrse, las recientes y profundas diferencias entre el actual gobierno y asociaciones civiles, abonarán más a la discordia que a la legitimidad.
La refundación de Jalisco tiene que transitar por la vía de las consultas y los acuerdos, y más aún, a través de la tolerancia y la disposición de considerar propuestas que nada tienen que ver con la visión de micro grupos que sólo evidencian una ansiosa vocación por salvaguardar sus privilegios al amparo del poder.
La refundación de Jalisco debe pasar por la reconciliación del gobierno con todas aquellas organizaciones ciudadanas que han sido ofendidas, lastimadas e ignoradas.