En general, los llamados debates, demostraron su inutilidad en este proceso electoral. Y peor aún, si lo que más influyó en las tendencias de las simpatías de los votantes fue la “graciosa” actitud de Andrés Manuel protegiendo su cartera de Ricardo Anaya, entonces algo hay que hacer al respecto.
Más allá de los formatos, lo cierto es que los tres encuentros que se realizaron para confrontar ideas y proyectos entre los aspirantes presidenciales abonaron muy poco, o casi nada, al desarrollo democrático del país y a la inclinación de las balanzas. Claro que es muy complicado llegar a conclusiones definitivas sobre el comportamiento del gran electorado, pues nadie puede negar que el puntero de todas las encuestas, López Obrador, evidenció como siempre, sus escasas habilidades para el combate verbal.
Lo anterior nos demuestra que la elocuencia del abanderado de la Coalición México al Frente y la claridad de propuestas del priista José Antonio Meade, estuvieron de más a criterio de la mayoría de quienes han manifestado su simpatía en los estudios de opinión previos al 1 de julio.
Ahora bien, en Jalisco el tema tampoco es menor. Si a nivel nacional los disque debates quedaron mucho a deber, la verdad es que en nuestra entidad no pasaron de ser entrevistas ampliadas sin emoción ni contenido. Tan es así, que los “debates” entre los aspirantes al gobierno del Estado, según no pocos líderes de opinión, sólo se significaron por pasajes anecdóticos que en lo absoluto contribuyeron a la edificación de una sociedad más crítica y exigente.
Creo que la lección más importante de dichas experiencias es que en el futuro debe plantearse la necesidad de exigir a los candidatos una mayor seriedad y preparación en todos los sentidos.
No es posible que en México tengamos que tolerar ocurrencias como las expuestas por Jaime Rodríguez Calderón (El Bronco) o que en Jalisco debamos escuchar la estridencia hueca de un candidato como el del PRD.
Los debates, de acuerdo a la práctica de otras naciones, no sólo se basa en el contraste, sino también en la solvencia de las propuestas. Por ejemplo, en Canadá o Francia, en este tipo de encuentros, se privilegian las estadísticas y los planteamientos verificables en documentos científicos, estadísticos y políticos. Es decir, van allá de la descalificación barata y los argumentos fútiles.
Claro que como contribuyentes estamos llamados a exigir un mayor nivel en las contiendas electorales; sin embargo, también las autoridades responsables de las elecciones están obligadas a elevar los estándares de las mismas.
Vamos, bien harían con hacerlo, porque para lo que cobran, es evidente que les falta mucha imaginación.
Estamos, pues, ante la debacle de los debates.