En el mundillo de la política mexicana, suele medirse el peso de los personajes que contienden para un proyecto, en función de “las canicas” que traen, en una alegoría al popular juego que todos conocemos.
Las municiones, el parque o con qué disputar el puesto, suelen medirse en las habilidades personales, en las adhesiones o grupos que le otorgan su apoyo y en los recursos económicos de que dispone para la movilización de las almas.
Marcelo Ebrard Casaubón es, sin duda, uno de los políticos mexicanos más experimentados y de innegables habilidades. Creció a la sombra de un viejo zorro, Manuel Camacho Solís, quien por una fatal coincidencia también fue relegado por el presidente en turno en sus aspiraciones presidenciales.
Ebrard siguió a Camacho en su alocada aventura de crear su propio movimiento político y el Partido de Centro Democrático del cual fue su primer dirigente (y el único), donde en las elecciones de 2000, el ex regente del Distrito Federal sería candidato presidencial y Marcelo a jefe de gobierno.
En marzo de 2000, Marcelo Ebrard declina en favor de López Obrador que iba postulado por una alianza de izquierda encabezada por el PRD y comienza de esta manera la estrecha relación con el tabasqueño.
Durante el gobierno de López Obrador, Ebrard, ostentó distintos puestos, pero cuando era el Secretario de Seguridad y sucedieron hechos violentos en Tláhuac, llevaron al presidente Vicente Fox, a destituirlo del cargo en 2004 al ser el jefe policiaco de la capital del país y depender del primer mandatario.
Pero Andrés Manuel rescataría a Marcelo en 2005 para otorgarle la Secretaría de Desarrollo Social, la cartera de mayor lucimiento político, desde la cual salió enfilado para ser el candidato a la jefatura de gobierno.
Como sucede ahora en 2023, donde Ebrard ha denunciado un favoritismo y apoyo directo del gobierno federal hacia Claudia Sheinbaum, en 2005, destacados personajes del PRD, incluido Cuauhtémoc Cárdenas, criticaron la postulación de Marcelo por no representar los principios del partido y acusaron la intromisión de López Obrador para favorecerlo en el proceso interno.
Finalmente, Ebrard ganaría la candidatura frente a Jesús Ortega, mientras que el ex perredista Demetrio Sodi migraba al PAN como su candidato. Marcelo ganaría la elección y muy pronto anunciaría que daría continuidad al gobierno de AMLO que ya para entonces se enfrascaba en su aventura de la candidatura presidencial contra Felipe Calderón.
En 2012, una vez más, se encontró con López Obrador en calidad de precandidatos a la presidencia por el PRD y perdería la encuesta, misma que reconocería y se sumaría a su campaña.
Han pasado 23 años desde que Marcelo abrazara el proyecto político del “Peje” y hoy por azares del destino una vez más se convertirá en una pieza fundamental para la llamada Cuarta Transformación.
Aunque ha impugnado la elección interna y condicionado su permanencia en Morena a que se repita el proceso o de lo contrario se lanzará a otra aventura con movimiento propio, lo cierto es que “las canicas” no le alcanzarían para ganar la presidencia por cualquier otro partido.
Desde hace tiempo, en las filas de sus seguidores, se sabía que rompería con Morena y buscaría registrarse por Movimiento Ciudadano, por ejemplo.
El problema es que se tardó demasiado y hoy es blanco de una cruel conjetura: que su ruptura es pactada, simulada y una vez más cumple un papel de alfil de López Obrador.
Pero si esto no es cierto y en realidad busca convertirse en una alternativa en el proceso de 2024, el resultado será el mismo. Dividirá el voto opositor y será útil a la causa de López Obrador, como en 2000, en 2006, en 2012 y en 2018.
La mayor parte de “las canicas” de Marcelo, son su talento y experiencia. Pero habrá que ver si los morenistas que hoy lo siguen, están dispuestos a seguirlo en la travesía.