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López Obrador y el mito de su popularidad

“Los mitos tienen más poder que la realidad”.

                      Albert Camus

De haber sabido que López Obrador –como lo afirma y se ufana de ello cada vez que puede- no tiene idea de cómo llenar un cheque, jamás habría votado por él. ¿El motivo? Si el mandatario de un país es incapaz de conocer algo tan elemental en materia económica, no es digno de confianza.

Derivado de lo anterior, hoy podemos explicarnos porqué concibe el manejo de las finanzas nacionales como si se tratara de una tienda de abarrotes.

Por supuesto que resulta difícil creer en alguien que demuestra a diario su adicción por la mentira; sin embargo, recordemos que su narrativa va dirigida a un “mercado” electoral que atiende sus parloterías con fe inquebrantable.

De ahí que también suela presumir que está blindado contra los ataques de sus críticos y adversarios. Constantemente asegura, con una arrogancia en extremo inquietante, que los escándalos no dañan su popularidad.

Los hacker de Guacamaya Leaks y el libro El rey del cash le hacen lo que el viento a Juárez, dicen sus defensores oficiosos.

Pero revisemos el tema con objetividad.

Hace algunos días, Alejandro Moreno, en su colaboración para El Financiero en una columna titulada Las Encuestas, nos dio luz al respecto.

Cito textual:

“Comparada con los niveles de apoyo popular de presidentes anteriores, la de López Obrador (56 por ciento en septiembre) es similar a lo que tenían Ernesto Zedillo (52 por ciento), Vicente Fox (54 por ciento) y Felipe Calderón (55 por ciento) a estas mismas alturas de su cuarto año de gobierno”.

Al margen de que eran otras condiciones, esto nos lleva a la siguiente conclusión: el grado de aprobación de Andrés Manuel no tiene nada de extraordinario. Aún más, si consideramos que sus mañaneras no son otra cosa que un ejercicio propagandístico ideologizado, carísimo y ventajoso, el séquito pusilánime que le echa porras y festeja sus ocurrencias y desfiguros, debería estar bastante preocupado.

Dicho de otra forma, la popularidad de la que tanto se jacta López Obrador, es un mito.

Recordemos que cuando nos referimos a un mito, lo hacemos desde la perspectiva de que se trata de una historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona, cosa o asunto, pues se les da más valor del que realmente tienen.

Así, la mañosa promoción de los números de aceptación que arrojan los sondeos de opinión, son instrumentos que usa el cuerpo de asesores del obradorato para fortalecer una percepción, no una realidad.

Sobre el particular, bien harían los publicistas que alimentan el culto a su figura, realizar un análisis profundo y honesto de la precitada estrategia, ya que hay indicios de que la creencia que fomentan ya afecta la estabilidad emocional y mental de su patrón.

Andrés Manuel López Obrador ya se la creyó de más y no existe algo de mayor peligrosidad para quien ostenta el poder público, que hundirse en la soberbia y ahogarse en el delirio.

Utilizar Palacio como escenario para la mofa, la frivolidad y las denostaciones, más temprano que tarde, atraerá consecuencias de pronóstico reservado para los que hoy se divierten devastando instituciones y atascándose en el fangal de la corrupción e impunidad.

Son decenas de miles de familias en todo México que lloran a sus muertos y desaparecidos; y a esas madres que sufren el insoportable dolor por la pérdida de un hijo o una hija, les importa un carajo eso de la popularidad presidencial.

@oscarabrego111

@DeFrentealPoder

• Óscar Ábrego

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Empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista político.

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