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La responsabilidad histórica de la oposición

En Palacio Nacional se escriben los capítulos más penosos de la historia moderna. El desparpajo con el que se tratan muchos de los asuntos prioritarios del país desde el púlpito presidencial alcanzó niveles jamás imaginados. Hemos ido del uso de amuletos para contener al Covid-19 al ridículo destape del actual secretario de Gobernación, Adán Augusto López.

Conforme avanzan los meses, López Obrador acusa rasgos de personalidad y comportamientos cada vez más inquietantes, si no es que más peligrosos. La ligereza y desfachatez con que aborda temas tan sensibles como la educación o la inseguridad, resultan de la perspectiva de una ideología rancia que no abona para nada al desarrollo social ni al crecimiento económico.

Insistir en que los gravísimos problemas que padecemos se derivan del periodo neoliberal es una salida fácil e irresponsable. Ya transcurrieron  más de tres años de la cuatro té y sólo podemos asegurar que nuestra nación es rehén de la improvisación y la impunidad. En todos los rubros estamos peor que al inicio de este sexenio.

Como nunca, el epicentro del poder, se utiliza para provocar la discordia entre los mexicanos. Resulta que es más importante conocer cuánto gana y qué posee el periodista Carlos Loret, que atender el drama de las desapariciones forzadas y el horror de los feminicidios. Vaya, entre otras cosas, lo que verdaderamente interesa al autoproclamado predicador es dar negocios al ejército en lugar de ponerlos a combatir el avance del crimen organizado. En una república militarizada, paradójicamente lo que impera es la violencia, pues las fuerzas armadas ahora construyen un aeropuerto tipo bananero y un tren maya sin estudios de impacto ambiental.

Acusar de forma reiterada de conservadores y traidores a la patria a quien no comparte sus postulados, fomenta una división que no necesitamos. Si bien es verdad que sería ingenuo suponer la unidad absoluta de la sociedad, lo cierto es que en este momento nos caería muy bien la conciliación para salir del atolladero en el que nos encontramos. Pero no, Andrés Manuel está obsesionado con la confrontación.

En este ambiente de polarización y encono promovido día con día en la tribuna mañanera, podemos hacer dos reflexiones. La primera tiene que ver con el deterioro de la investidura. ¿Hay algo más grave para un pueblo que su líder sea el principal incitador del odio? A mí me parece que no. Pero López Obrador está empecinado en llevarnos al enfrentamiento de unos contra los otros con el único fin de trascender sus dogmas.

Es casi seguro que restablecer la sobriedad y el respeto a la figura presidencial tardará demasiado.

Otra pregunta. ¿Cuándo se había visto que el ejecutivo federal condenara de modo tan ansioso el legítimo derecho que tiene la gente de progresar en lo académico y financiero? Ah, pero eso sí, su primer círculo familiar, Manuel Bartlett y Alejandro Gertz -por ejemplo- pueden hincharse de dinero y vivir a todo lujo. Es decir, la incongruencia llevada a su máxima e insoportable manifestación.

La otra se refiere a la tremenda responsabilidad histórica de la oposición. Su articulación logró poner un alto a la mal llamada reforma eléctrica (que no energética); lo que sigue es evitar la destrucción del aparato democrático que en tantos años y esfuerzo se construyó. La desaparición del INE y los órganos electorales estatales representaría una brutal derrota para México.

Quién iba a decirlo. En estos tiempos oscuros, en que el presidente y sus enloquecidos aplaudidores desean establecer un modelo totalitario, se impone la integración de todas las expresiones políticas -que en otras épocas ofendieron a varias generaciones- para impedir el triunfo de concepciones retrógradas y la devastación de las instituciones.

Es su gran oportunidad para recobrar un poco de la confianza perdida.

@DeFrentealPoder

• Óscar Ábrego

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Empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista político.

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