“Mi argumento es mi trayectoria, lo que sé hacer, lo que he hecho, lo que me conmueve y lo que en la vida diaria he podido hacer”.
Marcelo Ebrard
Iniciemos por lo evidente. López Obrador está empeñado en convertir a Claudia Sheinbaum en la candidata de Morena.
En la fantasía que ha construido para sí mismo, Andrés Manuel asume que su legado histórico, en buena medida, depende de sentar en la silla grande a la jefa de gobierno de la Ciudad de México. Supone que la lealtad impostada que ella le demuestra es suficiente para continuar con el desastre que él comenzó.
Es incapaz de simularlo. En realidad no hay otra “corcholata”. Es ella. Su voz y su comportamiento lo delatan.
El secretario de gobernación (así, gobernación con minúscula) es sólo un peón en su ajedrez político. ¿El objetivo? Cerrar los caminos por los que puede avanzar el canciller.
En virtud de que su predilecta nomás no logra despegarse en las encuestas, la estrategia obradorista contempla minar la alta aprobación social con la que cuenta Marcelo Ebrard y desanimar a los simpatizantes que tiene en la base morenista.
Y es que en el epicentro de sus preocupaciones el presidente tiene claro que está metido en un embrollo. No obstante su delirio, aún es consciente de que Ebrard –para un amplísimo segmento de la sociedad– simboliza una esperanza naciente, la de la reconstrucción.
Al margen de su entelequia, AMLO –adicto al caos y el embuste- sabe que Marcelo no le garantiza sumisión.
A menos de dos años para que desaloje Palacio Nacional, el miedo y la desesperación por la ausencia de logros y resultados, hacen que López Obrador intensifique la polarización colectiva y la de su propio partido con el fin de distraer y confundir.
Como lo suyo no es gobernar, sino perpetuarse como el líder del Movimiento que fundó, ahora buscará encubrir su brutal fracaso y evitar la posibilidad de rendir cuentas en el futuro y terminar sus días en la cárcel.
Ningún otro mandatario de la era moderna fue tan irresponsable y omiso.
Para sostener dicha afirmación, ejemplos sobran: persiste el criminal desabasto de medicinas; la delincuencia sigue enlutando a millones de personas (en lo que va del sexenio de “abrazos, no balazos” suman casi 170 mil muertes violentas); continua el deterioro del estado de derecho (según el Índice Global de Estado de Derecho de World Justice Project, ocupamos el lugar 115 de 140 países evaluados); para la Sociedad Interamericana de Prensa, en México impera la violencia e impunidad contra el ejercicio periodístico promovidas desde el podio mañanero (sólo estamos por debajo de Irak en cuanto a asesinatos de periodistas se refiere).
En esto, Andrés Manuel aparece como el principal causante. Sin embargo eso no le parece relevante. Su atención está en otro lado. Ni el charco de sangre sobre nuestro territorio o el sufrimiento de decenas de miles de madres que no encuentran a un hijo desaparecido, son asuntos que no le despiertan el mínimo interés.
En su agenda inmediata lo que en verdad le obsesiona es destruir al INE y asegurar la victoria del morenismo.
Pero existe una variable que vino a descomponer su ecuación. Diversos sondeos arrojan un resultado que le provoca bastante incomodidad: el único aspirante que puede derrotar desde la oposición a Morena, se llama Marcelo Ebrard Casaubón.
Como botón de muestra, la firma Arias Consultores presentó recientemente un revelador estudio de opinión. Se midieron los niveles de aceptación de quienes buscan conquistar la candidatura de Morena rumbo a la presidencia de la República, así como los de personajes de la oposición.
Al respecto, vale la pena rescatar dos datos:
Lo anterior es confirmado una y otra vez por distintas empresas dedicadas al análisis de las tendencias electorales.
Así pues, mientras López Obrador dice no a Marcelo, el “pueblo sabio” anuncia: con Marcelo sí.
@oscarabrego111
@DeFrentealPoder